Micronesia en el Cerebelo

Rock, cine, comics, ciencia ficción, cervezologia y sueños rotos.

Saturday, October 27, 2007

Sabado a la noche


"Con treinta francos a la semana podías participar en la vida social del barrio. Los sábados por la noche lo pasábamos muy bien en le pequeño bistrot que había debajo del Hotel des Troix Moineaux.
En la taberna, de suelo de ladrillo y de unos quince metros cuadrados, se amontonaban veinte personas y el aire estaba turbio de humo. El ruido era ensordecedor, porque todo el mundo hablaba en voz alta o cantaba.
Algunas veces era una confusa barahunda de voces; otras todos rompían a cantar la misma canción: La Marsellesa, o la Internacional...
Azaya, una chica del campo, grande y tosca, que trabajaba catorce horas diarias en una fábrica de vidrio, cantaba una canción que decía "Il a perdu ses pantalons, tout en dansant le charleston". Su amiga Marinette, muchacha corsa, delgada, morena, de obstinada virtud, se ataba las rodillas y bailaba la "danse du ventre".
Los viejos Rougiers iban de un lado a otro bebiendo de gorra e intentando contar una larga y complicada historia acerca de alguien que una vez les había estafado con un catre. R, cadavérico y silencioso, permanecía sentado en un rincón, emborrachándose tranquilamente. Charlie, borracho, medio bailaba, medio trastabilleaba de un lado a otro, con un vaso de falsa absenta en equilibrio sobre su rolliza mano, pellizcando los pechos de las mujeres y recitando poesías.
Mientras unos tiraban dardos, otros se jugaban las copas a los dados. Manuel arrastraba a las chicas al bar y les frotaba el cubilete contra su vientre para tener suerte. Madame F. servía en la barra rápidamente chopines de vino a través de un embudo de peltre.
Dos niños, hijos naturales del gran Louis, el albañil, estaban sentados en un rincón compartiendo un vaso de sirop. Todos estábamos muy contentos, convencidos de que este era el mejor de los mundos, y nosotros un conjunto muy notable de personas..."

"Limpiaban la mesa con un trapo, Madame F. sacaba más botellas de vino y más pan, y todos nos poníamos a beber en serio. Había más canciones. Llegaba un cantor ambulante con su guitarra y cantaba por 25 céntimos. Un árabe y una muchacha del bistrot del final de la calle ejecutaban una danza, en que él empuñaba un falo de madera pintada del tamaño de un rodillo.
En el ruido se producían ahora lagunas de silencio. La gente había empezado a hablar de sus asuntos amorosos, de la guerra, de la pesca del barbo en el Sena, de la mejor manera de hacer la revolución.
Charlie, nuevamente sobrio, acaparaba la conversación y hablaba de su alma durante cinco minutos. Se abrían puertas y ventanas para refrescar el ambiente. La calle se iba vaciando y a lo lejos se oía el estrépito del último tranvía que pasaba por el bulevar Saint Michel.
El aire frío nos tocaba la frente y el burdo vino africano tenía todavía buen sabor. Aún estábamos contentos, pero meditativos. El momento de los gritos y las risas había pasado.
A la una ya no estábamos contentos. Sentíamos como iba desvaneciéndose la alegría de la noche y pedíamos urgentemente más botellas, pero Madame F aguaba el vino, que ya no sabía igual. Los hombres se iban poniendo pendencieros. Besaban violentamente a las chicas y les tocaban los pechos, y ellas se marchaban para que no pasaran cosas peores.
El gran Louis, el albañil, estaba borracho y andaba a gatas diciendo que era un perro. Los demás, hartos de él, le daban puntapiés cuando pasaba. La gente se cogía del brazo e iniciaba interminables confesiones y se enfadaban cuando los otros no querían escucharlos. Había menos público. Manuel y otro, ambos jugadores, se iban al bistrot árabe, dónde se jugaba a las cartas hasta el amanecer.
Charlie le pedía de repente prestados a Madame F treinta francos y desaparecía, probablemente hacia un burdel. Los hombres empezaban a vaciar vasos, decían Sieurs dames! y se iban a la cama.
A las dos y media, la última gota de placer se había evaporado, sin dejar otra cosa que dolor de cabeza. Nos dábamos cuenta de que no éramos magníficos, habitantes de un mundo espléndido, sino una masa de obreros mal pagados y deplorablemente borrachos. Seguíamos trasegando vino, pero era sólo por costumbre, y la bebida nos parecía de repente nauseabunda. El suelo se tambaleaba. Teníamos la cabeza como un bombo, y los labios y la lengua teñidos de escarlata. No valía la pena continuar. Algunos salían al patio que había en la parte trasera del bistrot, y vomitaban.
Yo me arrastraba hasta la cama, me tumbaba medio vestido, y dormía diez horas.
La mayor parte de los sábados por la noche eran así. En general, las dos horas en que uno se sentía perfecta y brutalmente feliz, merecían el dolor de cabeza. Para muchos hombres del barrio, solteros y sin futuro, la juerga semanal era lo único que hacía que la vida mereciera la pena de ser vivida."
(George Orwell, Sin blanca en París y Londres)

Today she's been working, she's been talking, she's been smoking,
but it'll be alright,
Cos tonight we'll go dancing, we'll go laughing, we'll get car sick,
and it'll be okay like everyone says, it'll be alright and ever so nice,
We're going out tonight, out and about tonight.

Oh, whatever makes her happy on a Saturday night,
Oh whatever makes her happy, whatever makes it alright.


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