Wednesday, October 04, 2006
Deaming the death
Rostros apaches iluminados de noche y de fuego, hambrientos y adormiscados. Carteles de seguridad en rojo sangre. Sentado en un tren, varado en una oscura estación subterránea, en una ciudad cualquiera que no es la mía, con un billete detallado que no me llevará a dónde quiero ir, sencillamente porque no sé a dónde quiero llegar.
La luz artificial nos araña la cara en aquella cueva a la deriva, cruce de caminos perdidos.
Mi vida se buscaba a sí misma ese día. Un enorme tipo negro me preguntó algo en inglés. Un mar de rugidos de locomotora apagaba sus palabras en el aires como polillas agónicas que dejaban de brillar. No entendí nada, y señalé hacia arriba sin comprender muy bién por qué, hacia las taquillas del piso superior, murmurando palabras de compromiso que no eran más que viento hablado. Él solo me miró. Se sentó en un banco y siguió escrutándome, como si pudiera matarme con los ojos.
Tenía niebla en el alma.
Entré en el tren. Los trenes estan llenos de personas aisladas en burbujas, así que busqué mi propia burbuja.
Me senté en el vagón, y oí un cuerpo chocando contra las paredes. Alcé la vista en dirección al ruído. Se había colado un pájaro en el vagón y saltaba en el entramado de luces empotradas en una repisa para equipajes, sobre la cual luchaba en vano por escapar.
Nadie más parecía percatarse. El tren se puso en marcha.
La puerta que comunicaba los vagones quedaba a mi lado justo a mi izquierda, y no cerraba bién. Cada vez que alguien la traspasaba quedaba abierta, y yo sentía el impulso de cerrarla, aunque me resistía a él. Tal vez pensaba en la conveniencia de tener una salida a mano.
Me preguntaba cómo había entrado el pájaro, que ahora estaba muy quieto y me observaba. Frente a mí, por entre dos asientos, mi visión estaba monopolizada por una especie de pelirroja fantasmal, de unos cincuenta años, con bolsas bajo los ojos y dentadura de animal feroz. Así que solo podía ver matorrales despareciendo a toda velocidad por la ventana, a aquella señora, o al pájaro.
¿Llegaría a ver morir a aquel amasijo de plumas durante el viaje? Él seguía vigilándome atentamente, en todo momento, memorizando mis puntos débiles.
Cuando llegamos al destino sentí irme. No sé por qué, había algo que me costaba admitir pero que era cierto. Me había quedado con ganas de ver a aquel ser precipitarse a un fundido a negro.
Tal vez porque yo mismo no acababa de sentirme vivo.
(Del Diario de Mycroft, con fecha de 28 de septiembre de 2006)
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1 comment:
Sus obsesiones me recuerdan a las de Rick Moody (eso, o el que está obsesionado con Moody, soy yo... que va ser eso). En cualquier caso, resulta difícil encontrar alguien de menos de treinta años que no imita (inconscientemente casi siempre) a Palahniuk.
Me alegra saber que no soy el único que siente esa especie de devastación interior, al entrar en un vagón de tren.
Debió atrapar (para después liberar) a ese Poeniamo (palabro a patentar) pájaro, Mycroft.
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