Con mucho cariño empezó a acariciarle el hombro, los largos brazos esbeltos, pasando las yemas de los dedos con ligereza y lentitud sobre la tersa piel; lentamente desde el cuello, sobre el hombro, recreándose alrededor del codo hasta la mano. Una y otra vez: estaba aprendiéndose su brazo. Su forma era ahora parte del conocimiento de las yemas de sus dedos; sus dedos lo conocían como a una pieza musical, como conocían la sonata número 12 de Mozart, por ejemplo. Y los temas que se apelotonaban con tal rapidez, uno tras otro, al principio del primer movimiento, sonaban etéreos y rutilantes en su mente; se convirtieron en parte del encantamiento.
A través de la seda de la camisa aprendió su parte curvada, la lisa y recta espalda y la cresta de la columna vertebral. Se estiró hacia abajo, le tocó los pies, las rodillas. Bajo la combinación aprendió su cálido cuerpo, acariciando suave, ligeramente. La conocía, sus dedos, sentía, podían reconstruir su estatua cálida y curvada en la oscuridad. No la deseaba; desear hubiera roto el encantamiento. Se dejó hundir cada vez más en aquel enorme estupor de felicidad. Ella se durmió en sus brazos; y pronto él también quedó dormido.
(Aldous Huxley, Danza de Sátiros)
2 comments:
El sexo sentido por un (casi) ciego. Cuando el tacto adquiere toda la importancia que suelen restarle los ojos. Bellísimo fragmento que no conocía, Mycroft. No he leído "Danza de Sátiros".
Gran relato con alto contenido erótico y la foto por demás sugerente. Saludos!
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