Micronesia en el Cerebelo

Rock, cine, comics, ciencia ficción, cervezologia y sueños rotos.

Wednesday, November 07, 2007

Desierto


Vivo atrapado en un sueño.
El cielo goteaba rítmicamente contra el cristal, y la música (una vieja canción de los Wannadies) parecía empaparse de humedad. Habían manchas en las blancas paredes, y yo pasaba la mano sobre ellas para intentar saber qué las había marcado tanto.
Solo había frío, en la palma de mi mano, y el amplio espacio vacío de una habitación casi sin amueblar, con una mesa demasiado grande, demasiado negra, un mueble que olía a viejo con libros olvidados relegados al polvo de los años, y fotos de muertos a los que ya nadie recuerda, retazos de la nada en blanco y negro.
Solo estaba callado, pensando en una respuesta a una pregunta invisible e incómoda, esperando que ella me echara a patadas del piso de su abuela.
Comencemos por el final, más silencios, hoscos aspavientos y malas caras, en un espacio reducido en el que nuestras respiraciones se funden y se asfixian unas a otras, recorriendo el páramo a 200 por hora en un coche prestado, con dos extraños y la mujer a la que rompí en dos.
Lo recuerdo con un cierto orgullo. El orgullo del que, en realidad, solo deseaba dañarse a si mismo de nuevo, y ha encontrado una nueva forma de hacerlo.
Entre las blancas sábanas, despertamos con una resaca de labios incendiados, tersas pieles, y pacientes y largos solos en los que mis manos esculpían en el lienzo de su cuerpo una callada música con virtuosa fuerza y contenida excitación.
Ella dijo algo. Palabras, solo palabras, dulces palabras hechas de borrachera de sentidos, de obcecada satisfacción, de éxtasis y ternura.
-Yo no-dije.
-¿Qué dices?-
-Yo no te quiero.
Un largo, largo silencio incómodo.
-Yo no te quiero- El amor es una enfermedad que se erradica con la vida- murmuré. El momento de los ojos iluminados, del recuerdo, de las confesiones en voz baja: Había sido dinamitado, sepultado con una mueca cínica y una mirada burlona.
Ella se vestía, yo acariciaba la pared blanca mientras veía el agua arrancar la suciedad del suelo y convertirla en barro.
Teníamos que viajar juntos y ahora no había ni siquiera ganas de mirarnos a los ojos. Solo estábamos callados, ella deseando no haber hablado, no haber amado, no haber abierto la puerta, no haber hecho demasiadas cosas bajo el amparo de la opacidad de la noche, de sus coartadas.
Yo no sabía exactamente por qué había actuado, había acercado mi boca al cuello de ella, había susurrado conjurando un léxico hermoso pero ambigüo, seductor pero altamente ornamental, haber buscado con mis manos su muslo...sabía que iba a llegar el momento del desencuentro, del sabotaje, del gesto despectivo, de la frustración, del fin de la complicidad simulada.
Me dedicó palabras muy duras, mientra me aseaba en el servicio.
-Ya se por que no tienes amigas. Porque te las follas. Y nunca las vuelves a llamar, para no tener que verlas.
Y ahora teníamos que emprender un viaje juntos, un largo viaje en el que éramos enemigos no declarados, en el que ella sentía que había sido engañada, aunque no había sido engaño sino solo decepción, y yo sabía que había cazado esa pieza por deporte más que por auténtica hambre: Para sentir que estaba vivo, para tocar a un ser humano esa noche, para que mi aliento no sonase demasiado fuerte, demasiado desesperado, demasiado abandonado. Para tantas cosas de las que no podía arrepentirme.
Ella no no podía saciar mi sed, solo podía hacer que lo olvidara todo un momento, un solo momento libre de melancolía, con mi cabeza pegada a su pecho, oyendo sus latidos y los míos.
Solo me arrepentía de no amarla con la suficiente fé como para saltar al vacío con ella, pero amarla lo suficiente como para no decirle lo que deseaba oir.
Hubiera sido infinitamente más fácil ser un mentiroso que ser cruel.
Cuando volví de comprar en la gasolinera, a 3000 kilómetros de casa, el coche se había ido.
Son cosas que pasan.
Me senté en el suelo, en aquella carretera secundaria. Empezaba a oscurecer y estaba a mucha distancia de todas partes. Solo había páramos y estaciones de servicios, con periódios, gasolina, cafés, chocolatinas, familias felices e infelices que repostan, camioneros, horizonte, campos.
Seguía lloviendo. Nunca pararía. O Seguramente sí, solo estaba exagerando.
-Yo también te quiero,- dije.- Si tuviera corazón, te elegiría a ti.
No la volví a ver nunca más.

3 comments:

Anonymous said...

¿Es original tuyo? Lo imprimo, hoy tengo la vista cansada, lo leo y te comento el viernes de madrugada o el sábado.

Por cierto, te robo, con tu aquiescencia, por supuesto, uno de tus diablogos (para mí el mejor que has escrito) para un posteo que tengo pensado.

Mycroft said...

De mi puño y letra, aunque original, original, no lo soy.
Robe lo que desee. Para eso esta.

BUDOKAN said...

Muy bueno este texto, debo felicitar la facilidad que tienes para crear estas historias y hacerlas tan atractivas. Saludos!