El inicio de la película resulta un tanto desconcertante. Somos testigos de las fantasías asesinas de Erik (Rutger Hauer) hacia una antigua novia, y de su insaciable búsqueda nihilista en el sexo de un olvido o una redención, su cínica mirada recorre la galería de féminas con despectivo y vengativo desprecio.
Erik en el fondo vive en una fantasía, una fantasía que en la escena de la masturbación (¿30 años antes de la de Philip Seymour Hoffman en Happiness?) se nos muestra el patetismo de un joven demasiado atrapado por su pasado como para dejar la amargura de la ruptura a un lado.
En estos primeros compases, para mi gusto, Verhoeven, que no era un debutante precisamente, se muestra como tal, dubitativo, intentando provocar con la mera procacidad de sus escenas, y totalmente deudor de la nouvelle vague y de la larga sombra Felliniana de Casanova: El seductor en ruinas.
Afortunadamente, Verhoeven encuentra pronto una voz propia, sutil, simbólica, inteligente, llena de premoniciones, signos, metáforas, y afilado cinismo.
El lado del Verhoeven cabreado con la hipocresía social y con las relaciones humanas mitificadas aflora, y nos muestra suciedad no solo orgánica (llegando a no ahorrar ningún detalle de la enfermedad o la muerte, de los fluidos sanguinolientos, de las larvas, de los tropezones en los vómitos: Aquí hay una suciedad descrita con una determinación maníaca) sino la suciedad inherente al alma humana.
Se ha dicho que esta es la película más romántica de Paul, más cercana por argumento a un Love Story almibarado: Nada de eso, no lo crean, a pesar de que el director reconoce que peca por exceso de inocencia.
No es tanto una película sobre el amor como sobre la muerte.
Si el sexo y la ternura copa planos, puestas de sol, besos y caricias, erotismo en la superficie, por debajo se forja un relato de muerte, de lo efímero de la vida y del amor, de la imposiblidad de vencer no ya lo invencible, sino el mismo día a día.
El amor de Erik se derrumba por su propio peso, y tras este solo queda la sensación de paraíso perdido, de intentar recuperar los días felices, una obsesión por poseer lo imposible, un deseo que no representa un amor por Monique Van de Ven (Olga), sino que Erik esta enamorado del amor que sintió una vez por ella.
Pero no puede evitar que el rencor se inflitre en sus fantasías.
Se trata de una unión casual, de un joven artista bohemio, escéptico, vividor, ególatra, descreído, cínico, cruel y vengativo, pero tierno, romántico, fiel, y entregado, con una joven que le recoge al hacer autostop, una chica inocente, procaz, tierna, pero ciertamente infantil, inmadura, caprichosa, acomodada, hija de unos burgueses que no solo se opondrán a la unión, sino que la minarán.
A partir de la convivencia, los días de esplendor en la hierba dejan paso a agobios por el dinero, celos, reproches y malentendidos, todas las pequeñas putadas que joden una relación, con la ayuda (tópica) de la suegra, una hipócrita moralista que en el fondo tiene un concepto moral bastante reprobable, que quiere a un contable para su hija en lugar del bohemio desarrapado, mientras engaña a su marido con un dependiente.
En el fondo, Olga hereda parte de ese pragmatismo, y aparte de las pequeñas miserias que le reserva su marido, rompe esa unión porque no ve un futuro próspero.
Los personajes se mueven por impulsos, pasiones desbocadas, arranques de odio o desbocadas pinceladas de furia sexual.
Vemos a un Erik despechado que se lanza contra una Olga dormida desnudo, a pesar de ser despreciado, e intenta penetrarla mientras la madre intenta echarlo de casa...Así como lo oyen.
En ese sentido, a veces su naturalismo sucio y sus comportamientos excéntricos resultan forzados.
En el fondo, comparte con Spetters una denuncia: Es el materialismo de ella y el carácter posesivo de él lo que mata el amor. Como Spetters, muestra el universo de la familia (en este caso política) como un segmento de la sociedad holandesa de la época, especialmente cargada de hipocresía.
A diferencia de lo narrado en el magnífico libro de Torrente Valentí sobre Verhoeven, yo no creo que esta sea una película clásica que muestra la típica love story lacrimógena: Aquí vemos a dos seres que se devoran mutuamente (hay varias escenas explícitas que lo sugieren, la famosa en que ella devora delicias turcas es solo una de ellas), que están hambrientos el uno del otro, pero cuyo amor desemboca por puro egoismo en un amor a un ideal, a aquella persona que nos gustaría que fuese el otro.
Aquí los dos actores están soberbios, su química es impresionante: Su relación física en pantalla resulta natural, real...
Los personajes se buscan continuamente, utilizan el sexo como único medio de relación y comunicación y acaban por ser jugadores de un juego sexual que acaba en desencuentro al no haber en realidad relación emocional. Insisto, se enfrentan el uno al otro con voracidad y egoísmo, quieren recibir pero no dar, quieren ser amados pero no saben amar.
En ese sentido, Erik después se dedica a devorar nuevas presas intentando reproducir su insana relación sin conseguirlo: Ella sigue presente aún más en su ausencia.
Como sugiere Torrente Valentí, en la película está lo que se ve y lo que se sugiere. Hay dos niveles, lo explícito y lo implícito en detalles y símbolos.
La película comienza por un Erik abandonado y resentido, para adentrarse en la historia anterior de su relación.
Símbolos hay para parar un carro:
Erik hace una escultura de Lázaro, con larvas que sugieren su putrefacción. Erik y Olga tienen un accidente de coche, ella parece muerta.
Cuando la lleva a su estudio, ella se duerme desnuda con el pulgar en su boca (un claro signo del componente infantil del personaje, para mi fundamental).
La madre de Olga tuvo un cáncer de mama, y son varias las ocasiones en que se nos sugiere el miedo de ella de habrlo heredado.
Cuando Erik bromea en la playa bebiendo una botella y haciéndose el enfermo, ella se adentra en el mar vestida y se aleja mientras él la contempla en la orilla (de nuevo la parca).
Ella posa para una estatua del hospital en el que acabará, y se produce un paralelismo de planos con el final de la película.
Olga piensa que ha defecado sangre, cuando era remolacha, pero piensa que le ha tocado la lotería genética.
Erik deposita flores en su pecho. Cuando llaman anunciando que el padre de ella agoniza, al volver las retira dejando larvas en el escote.
Todos estos detalles anuncian un final y apuntan que el tema verdadero no es el eros, sino el tanathos. No el sexo, si la muerte.
La escena en que se reconcilian de una pelea bajo la lluvia es preciosa, y Monique Van de Ven jamás ha estado tan bella, pero acaba abruptamente con una invitación a una cena con la suegra, que precipita la ruptura: Se sugiere la infidelidad de ella, y él explota. Es una escena pesadillesca en un restaurante chino, una cena pantagruélica en que todos parecen reírse de Erik, y este acaba vomitando encima de los que le avergüenzan.
Tras esto, viene un asedio, una obsesiva intentona de recuperar a Olga.
Cuando ella recoge sus cosas, sin embargo, y él la abraza, suena más frío: Ella se va con un adinerado extranjero.
Pasa el tiempo, y la vuelve a encontrar en unos grandes almacenes. Ha cambiado, y vemos a un azorado Erik debatiéndose entre la pasión pasada y la incredulidad presente: Ella parece más vulgar, mucho más infantil, un tanto estúpida. Y, esto es en lo que yo destaco, él se muestra interesado, pero en modo alguno entregado: Ya no la ama, ama el recuerdo que ella representa.
Después todo se precipita, ella se desvanece. La intervienen, y por fin, la muerte se presenta en unas semanas finales descritas con detalle de tiralineas: el sufrimiento, el deterioro físico y mental, el dolor, los fármacos. No nos ahorran nada. Ya nos mostraron como se viene poco a poco el rigor mortis en los enfermos, en sus rostros, al narrar la enfermedad del padre de ella (genialmente descrita con detalles de realismo sucio como los pañuelos perfumados para paliar el olor a muerte...)
Aquí Erik la asiste devotamente, no como el enamorado, sino como el hombre valiente que la aprecia, y la ama ahora de otro modo, un modo menos evidente, un modo que lo reconcilia con ella para poder despedirla y ahora sí, enterrarla en su memoria.
Cuando ella muere, el lanza la peluca al triturador de basuras, y pasa junto a la estatua a la salida del hospital sin siquiera mirar atrás.
¿Romanticismo, inocencia?
Tal vez, a la retorcida manera de Paul, con su mirada de realismo sucio, desencantado y poco dado a las ilusiones e ideales.
En general, se puede decir que es una película descompensada, pero en la cual se abre paso un autor muy personal. Es la primera piedra de toque de todo un estilo, y una obra más redonda de lo que parece.