Micronesia en el Cerebelo

Rock, cine, comics, ciencia ficción, cervezologia y sueños rotos.

Tuesday, November 08, 2005

Duplicado 5: El viejo cuaderno, reescribiendo el pasado


Hace unos años, pensando que el buen escritor es aquel que coje algo real y lo convierte en falso, que reescribe la realidad, la hace ficción, escribía algo con componentes autobiográficos, y lo convertí en algo más lejano. Más frío. Más falso. Hoy releyendolo, lo vuelvo a escribir, y lo convierto en algo distinto, volcando la persona de hoy en el escrito.
No tiene título, se basa en la cita de Ortega y Gasset: "Aquel hombre que viene al mundo destinado a amar a una sola mujer, es poco probable que la encuentre"

"Esta es la historia de un muchacho de desvencijada cabeza que siempre será un poco niño, o que quizás nunca lo fue del todo. En aquel entonces, como por error, sin comprenderlo claramente ni ser consciente de ello, amó a una chica.
Ella era todo lo que él podía atreverse a soñar, se le disparaba el ritmo cardíaco, le faltaba la respiración, y, por lo tanto se ponía casi azul cuando ella andaba cerca.
Ella ahora…bueno…las cosas cambian.
Estaban en la misma clase aquel año en que incluso el invierno parecía menos frío, en que sus ojos intentaban escrutar un horizonte inexistente…el futuro no existía, y eso a él no le importaba, se tumbaba en la cama oyendo su primer disco de rock, el único que tenía (Hola, hola, es bueno estar de vuelta, decían en un idioma que no era el suyo) pensando en hipnótico color de las pupilas de ella. Él tenía la edad en que caminas por el abismo, en que dejas de ser niño y no eres nada.
Nadie, no era nadie, era invisible incluso para sí mismo…miraba sus manos esperando ver a través de ellas, era el hombre más cobarde del mundo. Nunca tuvo el valor de hacer reales sus sueños, de acercarse a ella y decir con voz suave pero firme:-Me gustas, me gusta tu forma de caminar, me gusta la forma en que miras escéptica a quien te habla como cuestionándolo todo…
Hasta ahí llegaba su discurso, a partir de ahí fallaban las palabras, pero ni siquiera podía pronunciar estas que tan bien sabía, ni siquiera podía tartamudear algunas frases inconexas y torpes. Un tipo, el payaso de la clase, un bufón rubio como sacado del mismo infierno shakespeareano dónde arde Ricardo III, le solía decir que a ella le gustaba. Pero si bien no tenía precisamente los diálogos del bardo inglés, si tenía una capacidad para la intriga digna de un Yago.
Por lo tanto, podía ser cierto, podía ser falso…Una moneda lanzada al aire, quizás, quizás…Él nunca sabía que pensar…A veces ni siquiera sabía si pensaba.
A la salida caminaban un buen grupo juntos de vuelta a casa, como animales gregarios…Iban al instituto por la tarde y al acabar las clases era de noche, y la noche no es el día…no lo es, eso seguro…o no solía serlo…apenas empezaban a esbozarse como personas. Pero ella no, ella no volvía con ellos. De todas formas, simplemente eran un grupo de solitarios y asustados niños simulando saber que hacer y que decir…
Pasaron los días, y se fueron formando las simpatías, las amistades, las afinidades selectivas, cuando volvían se formaban grupos, unos incluso paraban en un descampado en obras para jugar unos minutos con algún balón. Algunos amigos de entonces serían permanentes, se unirían a los dos o tres amigos del colegio y permanecerían en la vida del chico, pero muchos tomarían rumbos distintos, se alejarían como barcos en la distancia, y años después el chico se preguntaría qué fue de ellos y qué azar caprichoso hace que algunas personas simplemente desparezcan de nuestras vidas sin más…
También se formaron las primeras relaciones, cuando los pioneros de entre los chicos accedieron al inescrutable mundo de las mujeres, los que quedaron atrás se preguntaron cómo lo habían conseguido…Sin saber que estos pioneros solo cambiaban unas dudas por otras, unas inseguridades por otras, unos miedos por otros.
El sabor de la derrota, de su propia falta de valor, fue amargando su corazón. Decidió meterlo en un cofre y enterrarlo. Tal vez estar leyendo el corazón delator de Poe no ayudaba, pero unas cínicas frases lapidaron todo sentimiento. Era como en aquella fábula en que un zorro intenta alcanzar unas uvas y al no llegar, se aleja murmurando (están verdes, están verdes…)
En aquella época él tocaba el violín…estudiaba en el conservatorio…siempre había sido un bastardo ambicioso y soñaba con ser director de orquesta. Tras un primer curso prometedor, fue descubriendo algo que al principio no supo o quiso ver. Era muy malo, era malísimo.
Pasaba a trompicones los cursos, cantaba fatal, no tenía oído musical alguno…Cuando tocaba montaba en cólera con cada error que cometía, y montaba en cólera a menudo. Estaba repitiendo curso y eso le jodía, era un cabrón orgulloso…fracasar en aquello le hizo mucho bien, le hizo mejor persona, pero a veces todavía le quema, aún hoy.
Había ocasiones en que estaba ensayando una pieza, y no podía, no quería que nadie le oyese, solo quería tocar para él, pero era imposible, imposible, sus padres estaban en la habitación de al lado. No podía soportar tocar para ser escuchado. No podía fallar, no debía, no, no podía…Alguna vez estuvo a punto de coger el instrumento y estamparlo, estamparlo fuerte contra la pared, y ser así más libre. Lo extraño es que le gustaba tocar, o le hubiera gustado en caso de hacerlo bien. Después de eso, durante años no oyó nada de música clásica.
Un par de años más tarde de aquel curso, se la encontró. A ella, nada más y nada menos, cruzando un puente del lecho seco de un río reconvertido en parque. Él tenía una de sus últimas clases de violín, tras las cuales abandonaría la intención de ser el peor músico del planeta. Por entonces escuchaba bastante rock, pero declinó la posibilidad de entrar de lleno en esa música, aún le dolía profunda herida de su claudicación.
Se saludaron y comenzaron a caminar juntos, en silencio…parecía una postal navideña hortera, el joven músico y la hermosa joven en el puente. La mandíbula de él estaba en tensión. Ella le preguntó por el instrumento. La chica lucía un aspecto distinto, como si de pronto hubiera vivido mucho y demasiado deprisa, sus largas uñas ahora eran negras, pero sus ojos de gacela seguían siendo los mismos, piedras en el camino del chico.
Él supo que ella era de las personas que simplemente desaparecen de tu vida, que esto no era una segunda oportunidad, que era una casualidad, algo tierna, algo triste, y nada más.
No le apetecía hablar de su principal fracaso, de la música, pero se encontró con esas palabras en su boca, con una voz presuntuosa, arrogante e infantil que no era la suya, que solo sonaba como la suya. También sabía que al llegar al otro lado del puente ella desaparecería de nuevo. Pero, esta vez, de algún modo, la hizo sonreír. Cuidado con las sonrisas, son trampas para osos en las que el cepo se cierra sobre el corazón, y no suelen significar nada…
Luego, al llegar al final, cada uno tomó una dirección. Ella se esfumó, pasaron los días, y no todos fueron buenos. Hubiera sido el final perfecto, aquella sonrisa conquistada, aquella despedida casi digna.
Pero la volvió a ver. Una madrugada de sábado, en su televisión. Ahora era una actriz porno, y su sonrisa dulce tenía un matiz sarcástico a través de las ondas catódicas. Cambió de canal.
Uno no ama siempre al fantasma que le conviene, y, por supuesto, casi nunca es correspondido."

Oyendo el silencio
27/10/2005:23:31

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