Las luces fantasmagóricas apuñalaron mis ojos. Me había dormido, y estaba invadiendo el carril contrario, y un camión asustadizo rechinaba y lanzaba destellos mientras la luna ardía en el cielo y yo me consumía por dentro.
Cinco días sin dormir apenas, embozado, emboscado, harapiento, conduciendo sin tregua. Jota a mi lado, sentado en el asiento de copiloto, erguido, atento, aterradoramente despierto e inerte, con su sombrero tapando su rígidez y sus ojos en blanco, nubes de un cielo azul ya apagado.
Por la radio sonaba una canción: "Maté a un hombre en Reno solo para verle morir".
Me aparté de la línea de la muerte, y con un brusco viraje enderecé el rumbo. Necesitaba café pero no podía parar. Busqué mis pastillas de cafeína en el bolsillo del pantalón. Tomé una carretera secundaria cerca de Mercavalencia, acercandome al nuevo cauce del río. Pequeños caminos y carreteras, vías de servicio secundarias entre la huerta de un pueblo y otro: Una vacía interzona de polígonos solitarios, campos de malas hierbas, almacenes de enormes contenedores de mercancías...
Mis ojos me duelen, no puedo dormir. No dormiré nunca más. Cientos de horas de muerte a la semana, no existen los sueños, no puedo parar. Llovizna sobre el cristal del coche, pero no cesa el calor.
¿Ha dicho algo Jota? No. He sido yo. Comienzo a hablar. Murmuro sin cesar. No fue por ella, no, el demonio de los celos no me consume. Ella es solo una ilusión, una sombra pasajera, hay cientos de sombras.
Tal vez solo fue curiosidad. Ver mis manos cerrarse en un crack, una mano propia moverse como ajena, en un gesto automático de tenaza, y quebrar el cuello de aquel desgraciado. Desgraciado en un sentido totalmente filosófico.
En realidad nunca tuve elección desde el momento en que la cosa se reducía a elegir, entre él o yo.
El infierno es esto, y la muerte es solo aquello que no es. Estoy llegando, una acequia escondida, en el que el agua oscura encierra una voraz codicia.
Él es sorprendentemente ligero, o yo estoy tan fuera de mi que soy insensible a las sensaciones de fatiga o esfuerzo.
Cuando el cuerpo comienza a hundirse, como un angel putrefacto cayendo del cielo, oigo un ruido detrás de mi, y me giro contemplando el camino oscuro, el cielo raso, los arboles en las lindes apenas raquíticos y movidos por un viento mínimo. La llovizna moja mis gafas, y el horizonte ignoto de negro manto queda adornado por las gotas en la lente, a través de las cuales observo el mundo. Nada.
Miro de nuevo el cuerpo, casi irremisiblemente hundido. Pienso en rezar por el alma de mi amigo, al que maté solo porque podía. Por dinero, maldad, aburrimiento, celos, ni siquiera recuerdo muy bien por qué.
Pienso que haría falta que alguien inventara el alma humana de una vez por todas, solo para poder echarla en falta y poder rezar por ella a un Dios muerto.
El croar de una rana cercana se asemeja al latido fulminante de su negro corazón.
No dije que no mereciera morir. Tal vez yo no mereciera matarle.
De nuevo un ruido. Es mi propia voz, o tal vez la suya. No, es algo más. ¿Pasos? Demasiado Lovecraft, empacho de largas tardes de verano leyendo en la terraza de la antigua casa familiar.
Pero ahí esta el sonido, crujido, hendidura sónica, abalanzándose al abismo a mis espaldas. Es lo desconocido, soy yo, tal vez no sea nada, o un animal, o niebla tan solo. O Todos los muertos despiertos, enfurecidos tristemente por la manera en que vivimos sin aliento y sin esperanza.
Tal vez solo imaginación, niebla y sombra, literatura hecha carne, el monstruo de Bram Stoker. Los faros del coche parpadean y se apagan. ¿La batería?
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"Me paro entre el rugido
De una orilla atormentada por las olas."Murmuro. Al girarme casi espero encontrarme con un espejo, pero solo me saluda la nada. Me devuelve mi mirada enfebrecida con indiferencia autosuficiente. Camino hacia el coche. No hay estrellas por encima. No arranca.
Mi respiració se desboca, encerrado en mi propia trampa, golpeo el salpicadero con el puño.
Ahora estaba perdido. Toda derrota estaba predeterminada de antemano.
Stevenson lo habría expresado mejor: "El paso que había dado era, pues, decididamente a favor de lo peor que había en mí."
Empecé a correr. El coche no era mío, yo era solo un buen amigo tentado por el destino, cual Arthur Saville. Todo empezó un día de marzo, hablando con escepticismo de las cartas marcadas del destino.
Llegué a la altura del río, evitando zonas más transitadas y confiando en emboscarme en la oscuridad y llegar al puerto, para confundirme entre trabajadores y estibadores, recobecos y contenedores metálicos...Un río por cuyos márgenes cenagosos chapoteé, caminé, tropecé.
Un rugido más y más fuerte a mis espaldas. Y en medio de una maratón enloquecida, al galope ya sobre la pendiente de cemento que se alza a cada orilla, cubierta de graffitis, y atisbando por encima del hombro cuerpos como surgidos del agua, mudos rostros de espectros imaginarios en perpetuo alarido final, alegorías del purgatorio, tal vez solo manchas que mi mete reinterpreta, sueños de un desvarío, o algo amenzador de verdad, que puede olisquear mi miedo, y mi sangre, sangre viva y sangre muerta (la tuya, la de Jota...)
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-¿Es eso lo que ocurrirá?-pregunto esa tarde de marzo a mi amigo, después de que las cartas de quiromántico hayan predicho un asesinato. Hacía poco que mi amigo se había aficionado a estos juegos macabros.
-Si.
-Solo hay un error. Cuando has echado las cartas, decían que yo te iba a asesinar. Pero tu historia parece estar equivocada. En tu historia, Jota es el cadáver, no el asesino.
-Claro, estimado Jota. ¿De que crees que sirve conocer tu destino, si no es para cambiarlo?-El quiromántico sonrió, aunque le falló la sangre fría, como en su visión final, y estalló su gesto en una mueca y un amago de falsa carcajada.
PD. Reinterpretación al modo de quién ya saben de un simple viaje verídico al media market. Intencionalmente paródico, preocupantemente improvisado, me temo. El final, leve plagio a Wilde, pero incluso un zurullo de Wilde tendría más prestancia...
2 comments:
Nada de Wilde ni de un Stephen King sobrado de anfetas: un dechado de revelaciones, una lectura muy de verano que informa sobre el verdadero estado de las libélulas del alma. O lo que sea eso. Tampoco yo ando ahora excesivamente sobrado de tino semántico. Razones hay. En todo caso, Mycroft, cojonudo... refrescante. Una isla (micronesia ?) en la red ( cerebelo = )
Tan solo contaba con cinco minutos para robar a cuatro escritores (de los cinco que me había propuesto) y dos pelis.
No importa, porque una de ellas ya plagiaba a la otra(Sin city vs. La cabeza de Peckinpah García).
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