ACTO I:
Paul abrió los ojos. Se levantó sangrando por la nariz, otra vez. La noche era su única aliada, proporcionándole el pequeño consuelo del sueño.
Salió de casa apresuradamente, y se dirigió a la biblioteca. Era un perro de presa, y debía olfatear primero algo para dar alcance, y cazar.
La Enciclopedia Británica era la primera parada.
“Walter Severus Gronpius: 1540-1611, afamado mago y alquimista, bajo la protección de Rodolfo II de Habsburgo, y rival del otro protegido de éste, Michel Sendivog, discípulo del misterioso alquimista Alexandre Séthon.
Severus construyó una máquina cúbica de la que salían unas varillas, que acababan en unas esferas, las llamadas esferas de la victoria, de oro macizo. Nadie sabía para que servia exactamente el artefacto, pero Severus aseguraba que era un arma de gran poder que cambiaría el mundo, y quería reunir a varios sabios en una especie de Proyecto Manhattan medieval. Su muerte dejó inconcluso el artefacto, y las esferas se vendieron o fundieron. Una esfera de Severus, llamada también de la Victoria, es hoy en día un artículo raro y apreciado, de gran valor...”
Paul recordó la conversación con su jefe, El Barón. El Barón deseaba a toda costa las esferas. Sabía que Paul no se negaría, pero aún así…
-Si me las consigues, te pagaré el tratamiento, cualquiera que sea.
-Señor de Coubert, las palabras se las lleva el viento. Y yo no tengo tiempo que perder.
-Tienes mi palabra. Y la de mi hija-Paul sonrió brevemente. Dulce látigo, vanas palabras. Todavía recordaba el gentil y cruel rechazo de ella.
De hecho Paul y el Barón jugaban al juego de mantener las apariencias, sin engañar a nadie, ni siquiera a si mismos.
Paul no tenía remedio, los dos lo sabían. Moriría pronto. Pero, pensó Paul, la vida esta muy sobrevalorada…
Lo que el Barón hacía es darle algo que morder, un horizonte, un objetivo, más allá de sentarse de brazos cruzados y esperar a caer muerto al suelo. La curiosidad. Algo interesante. Un poco de aire fresco. Poco más...
Empezó por visitar a los anticuarios más famosos...sin resultado.
Hasta que en cierta tienducha de segunda un hombre semejante a un jugador de rugby retirado, le dijo algo que le gustó, que le gustó mucho.
-Si, hemos vendido algo semejante. No me sentía cómodo en este barrio con algo de tanto valor. Ha habido demasiadas muertes, asaltos, atropellos...Parece que todo el mundo se hubiera vuelto loco a la vez…
-¿No lo estaban ya desde siempre?-escupió Paul.- ¿Dónde tiene el baño?
-Al fondo a la izquierda.
Paul caminó deprisa, cerró la puerta tras él, y echó las tripas. Las cosas no iban bien. Abrió su mochila y examinó la jeringuilla que le había dado su amigo médico. Todo ardía. El dolor es parte de la belleza de estar vivo. Y una mierda, pensó, no soy un escapista precisamente: No suelo anestesiarme.
Recordó los ingenuos tiempos de su juventud, en el grupo nihilista CERO. Intentaban cambiar el mundo o destruirlo en el intento. Cinco individuos descontentos, cansados, enfadados, destructivos, como todo el mundo, pero sin domesticar. Pequeños boicots a las multinacionales que no cambiaron nada...
Echaba de menos estar equivocado. Ahora le sobraba la razón. Mierda, dijo al sentir la droga en su cuerpo. Puta mierda.
INTERLUDIO:
Al inspector Murillo se le acumulaban los cadáveres en el escritorio en forma de expedientes. No despedían el mismo hedor de la muerte, pero podía ver como los casos más antiguos clamaban por una solución, podía oír los gritos de los muertos esperando una autopsia mientras los forenses ejercitaban su derecho a la huelga.
Los muertos se mezclaban, uno no sabía si era una epidemia, si era un mismo asesino.
El conserje de una finca asesinado por unas putas parecía no tener nada que ver con un motero brutalmente despedazado en la zona del puerto, y éste no parecía relacionarse con un misterioso viajero con pasaporte alemán falso, que recién llegado al país, encontró un callejón apropiado para morder el polvo.
La mierda empezaba a llegarle al cuello, pensó Murillo mientras atacaba un bocata de tortilla.
ACTO 2:
Todo es muy extraño. Paul, medio drogado sentado en la taza del inodoro reflexionaba en sueños.
Un desconocido llega a una tienda y pregunta si han vendido un artículo de gran valor, y el anticuario sin saber quién es empieza a hablar por los codos.
En ningún momento ha dudado. No me ha preguntado si era policía; solo me ha dicho lo que quería oír, se dice Paul.
-Tengo que huir de aquí-murmura. Se incorpora con dificultad. Abre la puerta del servicio y camina tambaleándose como un borracho. Efigies en mármol italiano, cabezas de ciervos y santos tallados en madera le rodean. Él mismo siente sus pies como plomo. Recita un poema en su cabeza confundida
(forjado del mineral humano, bardo de bronce
que modela su espectro en el metal,
ando por las escarnas de este mundo gemelo
mi fantasmal mitad en su armadura
se aferra a mi marcha de esposado
por los corredores de la muerte)
El anticuario le observa atento. Le da una dirección escrita en un papel.
-Aquí está lo que buscaba, la dirección del cliente...Pero también es un profesional de las antigüedades, que solo abre de 9 a 12...
-Muchas gracias-Pronuncia despacio paladeando las mentiras.
No te fíes Paul, piensa incoherente, abre la puerta, oye un ruido de campanitas y sale a toda prisa de la tienda como atrapado en una pesadilla. Paul no esta de moda hoy. Paul no tiene suerte. Paul se puede dar con un canto en los dientes si llega vivo al lunes.
Comienza a correr calle abajo, da un rodeo a la manzana; choca con una mujer y su carro de la compra y sigue corriendo como si le fuese la poca vida que tiene en ello...
Se desliza por el callejón de detrás del anticuario...no puede pensar con claridad, pero no le importa...sube por la escalera de incendios y salta a la ventana del cuarto de baño que ha dejado abierta…apenas hay un metro...se mete a trompicones...
Oye una voz femenina:
-¿Qué quería ese?
-Nada, un sabueso buscando las esferas…le he dado cita con el Señor Muerte...El Señor Muerte tiene la agenda repleta esta semana...no da abasto...
-Quien algo quiere...Debo encontrar el resto...Ahora me tengo que ir. Volveré para darte tu parte.
-De acuerdo.
Paul sale de nuevo por la ventana, y se cae al suelo...
ACTO 3:
Después de esperar escondido tras un contenedor a que saliese la mujer, después de seguirla por toda la ciudad, de verla devorar las almas y matar como un animal, de ver amanecer en el puerto en compañía de los muertos, silenciosos amigos, de escabullirse en secreto antes de que llegara la policía y empapelara a un pobre hombre, y después de compadecerse de sí mismo, Paul decidió que era hora de acudir a su cita con el Señor Muerte...
Sobre todo porque debía suponer que la misteriosa dama debía de haberse dado cuenta de que lo tenía pisándole los talones.
Tarareando Calendar Girl, de Neil Sedaka, con las manos en los bolsillos y el frío en el cuerpo, con la lluvia fina mojándole el pelo, echó andar hacia el lugar indicado en el mugriento papel.
Llegó a un bajo comercial. Desde fuera no se veía nada. Llamó al timbre, le abrieron desde dentro. Entró confiado...delante de él un hombre sostenía una pistola. Cerró la puerta tras de sí.
-¿Tiene llave de la azotea?-Preguntó Paul. El hombre asintió.- Ya que voy a morir me gustaría hacerlo en dónde haya buenas vistas…-El hombre hizo un ademán con la pistola hacia una puerta situada a la derecha de Paul. Éste la abrió.Habían unas escaleras, que subieron en silencio. Arriba, el hombre le tiró unas llaves a Paul...
Llegaban por fin a la azotea. El aire sabía mejor allá. Paul sonrió. Había una cosa que el Señor Muerte no sabía, que Paul no tenía nada que perder…que ya lo había perdido, que no se dejaría vencer fácilmente.
La ciudad parecía nueva otra vez. Él se sintió vivo por un segundo, de nuevo...
Vivir…una vez más...
17/12/2005:00:15
Samples utilizados:The Verve y Dylan Thomas
Relato completo en http://relatoencadena.blogspot.com/
Proximo capítulo en http://frunobuland.blogspot.com/
No comments:
Post a Comment