Monday, January 21, 2008
Ahora que veo, añoro la oscuridad
"Pero, ¿Acaso es seguro desde toda la eternidad que pecaré?
¿Por qué este hombre cometerá seguramente este pecado? La respuesta es fácil, es que de otro modo no sería ese hombre"
(Leibniz: Discurso de metafísica)
Solo recuerdo el intenso frío, la inmensa incertidumbre, sobre la alfombra roja, medio desnudo, mientras todos cantaban "se te va a romper, se te va romper, se te va a romper la polla".
Era un hotel familiar en la montaña, y aquella noche habíamos cenado algún tipo de carne no demasiado fiable que ahora pugnaba por salir de mi cuerpo.
La vergüenza apenas tenía importancia, pero ella me había hecho pensar, me había hecho soñar, me había dado medias palabras para que yo las completara con la mentira que mejor me viniera.
El vacío y el odio eran todo lo que podía sentir. Promesas de fragancia dulce, perfumes de niña bien salpicando su boca de rapaz de terciopelo.
Acaso yo era solo el fantasma de un niño. Muerto por dentro.
-Soy una mujer, y tengo deseos.
-Yo aún no soy un hombre, acerté a balbucear.
Ella sonrió con la mueca de las esfinges jóvenes, cuyo secreto es fingir guardar un secreto, una ventaja, un saber arcano que es a la postre dejarse seducir.
Me citó en el rellano, y allí fui atacado por una multitud. Todo había sido mentira, retablo, sainete, apenas astracanada para divertir a la plebe. Mis propios compañeros de habitación me desnudaron, me escondí en el armario de las escobas. Se cansaron de gritarme, de hundir una daga que ya tenía clavada, de reir a carcajadas.
El profesor hacía la ronda, y no se arriesgaron, los chicos y las chicas se separaron, cada uno a su parte de la trinchera.
Cerraron la habitación que compartía por dentro.
Los segundos pasaron lentos, y decidí esperar a que salieran a por el desayuno. Me vestí con unas toallas. Caminé hacia un cuarto de baño común con la esperanza de encontrar una camisa a la que asirme. Un trozo de tela en el que esconderme, un lienzo en el que derramarme.
Pasé frente a una puerta abierta. Mis ojos se abrieron y quedé paralizado.
Arañas pesadillescas, sueños dementes dibujados por un Crumb decadente y enloquecido, carnes temblequeantes moviéndose a la luz de las pequeñas lámparas de las mesitas auxiliares, meretrices ajadas con las formas de una gracia de Rubens, posiciones acrobáticas, dianas móviles, feroces lapas humanas, furibundas depredaciones de la carne, lascivia en los ojos desorbitados, y en general, zarpazos de varios cuerpos a la soledad.
Acabó la danza, y yo seguí temblando de frío, vergüenza y desazón, y al salir, mi profesor de educación física me miró de arriba a abajo, me guiñó un ojo, y se llevó el índice a la boca:
-Shhhhh.
Y se marchó dándome la espalda. En el umbral seguían aquellas dos mujeres como dos gárgolas, escrutándome con gesto divertido.
Una de ellas se me acercó, y jamás hubiera cedido a su sudorosa sonrisa, a sus voluminosos y expertos encantos.
Acercó su boca a mi oído y susurró palabras, palabras acerca del árbol de la ciencia. De despecho, de soledad, de William Blake:
Ah, imposible, imposible hallar
el intrépido amor de una mente virgen,
pues joven aún, el amor fue crucificado:
antes de que mi flor de amor se perdiera.
Y aunque improbable, hallar una puta de Jaca que recitara versos de un poeta inglés que desconocía no me hizo cruzar el umbral, pero el viento soplaba y parecía traer un eco cruel:
"se te va a romper, se te va romper, se te va a romper la polla".
Que se rompa, debí pensar, mientras caminaba hacia adelante. Ella cerró la puerta y detrás de mi no había camino de retorno, de arrepentimiento, de inocencia.
La otra mujer se parapetó tras un biombo que dividía la habitación.
Creo que hice mia la frase de aquella canción de Iggy Pop: "Solo quiero follar, esto no es un romance". Desafortunadamente por la radio no sonaban los Stooges, pero pudo ser peor.
En la vida real nunca suenan los Stooges.
"Ni una simple sonrisa,
Ni un poco de luz en sus ojos profundos.
Ni siquiera reflejo de algún pensamiento
que alegre su mundo.
Hay tristeza en sus ojos hablando y callando
y bailando conmigo
Una pena lejana que llega a mi alma
y se hace cariño"
Años después sustituiría en mi memoria estos versos por los de Au Suiviant de Brel.
Al siguiente, al siguiente, parecen murmurar todas las mujeres.
Sin duda había poco de mi que aprovechar, pero aprendí perversión de las manos adecuadas. Suave y brutalmente, murmuraba el nombre de una aprendiz de mujer fatal que me había dejado como suelen acabar muchos los matrimonios: Desnudo, avergonzado y descorazonado.
No sabía que hubieran tantos millones de maneras de fingir éxtasis, ni tantos millones de maneras de besar sin dar un beso, sino solo prestarlo, escenificarlo, un combate de lenguas afiladas y descreídas que saben que más que la lujuria las hace bailar el aburrimiento.
Ósculos fríos como copos de nieve, con aquella generosa matrona situada encima, coronando una cumbre apenas pronunciada en su pendiente, y haciendo lo posible por no gritar de puro miedo, o de pura decepción.
Hubo un momento de calma, y pude respirar un poco de aire. En esos momentos, yo no era un niño asustadizo, ni siquiera un joven delgado y poco viril. Ella se entrelazó en un abrazo, y habló susurrando, y comprendí que entonces yo era, a mi modo, lo más cercano a un hombre que ella tenía al alcance. Caricatura, o simplemente arquetipo, era ella la que ahora mendigaba un poco de calor de mi cuerpo rígido.
No me sentí mejor entonces, expulsado del mundo de la incertidumbre y la esperanza.
Ella se sentó, y encendió un cigarro. Yo seguía tumbado. Se giró y sonrió, me llamó granuja, me revolvió el pelo, pero pude ver que estaba triste, más triste que yo, porque había amado más veces que yo, y todo lo que obtenía a cambio eran noches como la nuestra, pequeñas transacciones de miseria o soledad.
Pequeños intercambios de alientos, pequeños simulacros de caricias. Lo más cerca del amor es también lo más lejos que puedes estar de él.
Amanecía cuando salí de allí, con una ropa prestada y muchas historias contadas con voz ronca por una mujer cuyo rostro olvidé al día siguiente.
En el desayuno, todos seguían sonriendo ante mi, como si hubieran maquinado mi ruina, cuando solo habían despojado a esta de sus velos.
El profesor de gimnasia comía sus cereales con deleite, y sonreía burlón a mis acechantes miradas de reojo.
En el autobús le dije a aquella chica cosas que la hicieron llorar. Siempre he tenido esa capacidad para ser cruel, para hacer daño. Aunque la venganza de la vida fue mucho más satisfactoria cuando se quedó embarazada a los quince años. Aquella fue mi última excursión a la nieve.
El invierno acabó de pronto, de forma abrupta. Como si no quedara más nieve disponible, como si la tuviera toda por dentro. Desde entonces detesto los días fríos.
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4 comments:
Tiene más que ver con el título que con el texto pero pasa, Mycroft. Cuándo no veía era más feliz. Hace dos días tuve una pequeña recesión y fui feliz durante doce horas, el tiempo que se necesitó para que todo volviera a su lugar. No ver debe ser una putada, pero me sentí como el personaje de Meg Ryan en "Preludio de un beso": quería ser vieja (en mi caso, quería tener cualquier tipo de tara) para así no tener que vivir. Extraña sensación que asalta de vez en cuando.
Al leer la referencia a Crumb y a Brel me di cuenta de que se trataba de un escrito propio. No soy quien para juzgar, menos a un conocido apreciado, así que me limitaré a observar.
Continuan siendo restos de aquel naufragio, de aquel diario de un casanova desengañado que escribí con pompa funesta y reescribí con desgana.
Honestamente, ya he colgado los tres o cuatro capítulos que tenía escritos.
El primero, el prologo, quedó rancio, el segundo (Ternura) cojo en osadía, el siguiente (Desierto) no era del todo malo, y este es el que más me gusta cómo ha cambiado.
En su versión original era ilegible.
Por cierto, como en todo lo que escribo, hay mucha mentira, y un pequeño nucleo de verdad.
De hecho es el más verídico de todos ellos.
Incluso cuando miento. Sobre todo cuando miento...
El video que debí colgar debió ser de la canción de Jeanette...
La ilustración es de "Historia de una rata mala" de Talbot, comic que es fuente de satisfacción, admiración y ocasional plagio por mi parte.
Lo leí de una biblioteca, pero ardo en deseos de apropiarme de él con todas las de la ley.
Ilegible es lo que yo escribo, Mycroft. A mí me pareció un escrito sólido. No me pareció desacompasado. Ahora tengo impresora pero no costó demasiado leerlo en pantalla. Los ojos han quedado algo jodidos, eso sí. Tengo la vista en mode test todavía.
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