Dijo mi padre:
No le acomodaba-repitiendo las palabras de mi tío- dejar a un hombre llegar tan cerca de su XXXX-¡Por Dios querido Toby!. ¡Acabarías con la paciencia de Job y ya creo que estoy padeciendo sus mismos sufrimientos!-¿Por qué? ¿Cómo? ¿En qué? ¿Con que motivo? ¿En virtud de qué?, replicaba mi tío con la mayor perplejidad.-!Pensar, decía mi padre, que un hombre de tu edad, hermano, sepa tan poco acerca de las mujeres!
No, no sé nada de ellas, decía mi tío, y creo, continuó, que la impresión que sufrí el año después de la demolición de Dunkerke, con motivo de mi escarceo con la viuda Wadman, impresión que no hubiera tenido lugar-como sabes-de no haber sido por mi total ignorancia sobre el sexo, me autoriza a decir que ni sé ni quiero saber nada de ellas.
-Piensa, hermano, dijo mi padre, que al menos deberías saber diferenciar en una mujer su lado bueno del malo.
(Tristram Shandy, Laurence Sterne)"Ni siquiera recuerdo bien su figura: ni puedo recordar bien su brazo del que retorcía la piel con mis dos dedos; ni su boca que la mía atrapó como una pequeña ola desesperada, murmurando sin cesar alguna cosa."
(Rimbaud)Prefacio, palabra que muy bien podría derivarse de "felacio", aunque no sea el caso.
Es la pleitesía rendida por el autor al lector, en muchas ocasiones poco más que adulación descarada.
No es este el caso, mi bienamado e ilustrado apóstol de la lectura.
Jamás se me hubiera ocurrido lisonjear a tan excelente, sabia, recta e inteligente audiencia como la que espera ansiosa mis sucias palabras. No me corresponde a mi glosar su buen gusto sino mis excesos.
Sucias palabras, por impúdicas, e impúdicas por sexuales.
Preguntado al efecto sobre si es el sexo algo sucio un famóso cómico (cuyo nombre omito aunque de sobra le conocen) dijo que "solo si se hace bien".
Vivimos en la misma selva roussioniana de siempre, bajo cambiantes máscaras y suntuosos ropajes. Pero debajo de ellos seguimos sintiéndonos desnudos.
El sexo impregna nuestras vidas y pensamientos, pero no le dedicamos estudios o palabras más allá del hecho físico (sexólogos) y aséptica y contradictoria autopsia de nuestros instintos (psicólogos) y el cine concebido como mecanismo masturbatorio, más allá de todo arte o reflexión (pornógrafos).
¿Qué ocurre con el sexo, que lo callamos, y lo dejamos soterrado para juegos en la distancia, insinuaciones, gruesas palabras, chistes verdes, malas películas y libros de texto?
Es algo menos personal que la muerte, pero nos avergüenza más la lujuria que la avaricia o el egoismo.
¿Y por qué el arte ha de luchar entre el retrato zafio y poco inteligente, o tornarse blando y falso? ¿En eso consiste la sublimación? ¿Es la palabra "polla" menos literaria que la palabra "pene"? ¿O estamos mordiéndonos la lengua para evitar el reproche de la mojigatería generalizada?
Kubrik quiso rodar porno y le salió Eyes Wide Shut, que no es poca cosa en cuanto a reflexión sobre el sexo como acto social, pero que de película guarra, dura y explícita tiene poco, no se acerca a la etiqueta de porno de calidad, porque el sexo se oculta e intuye, bajo las máscaras, telas, parafernalias y melodramas germanos que lo impregnan todo.
¿Por qué tanta justificación si lo que pretendo es hablar con naturalidad de sudores, jadeos, miembros, actos, sacudidas, balanceos, acoplamientos, empujones, acometidas, fuertes abrazos, húmedos lametones, feroces mordiscos, maníacas masturbaciones, oraciones de sátiro, tocamientos, eyaculaciones, estimulaciones orales, pezones, zonas erógenas, perversiones, gritos ahogados y demás actos físicos que no son más de lo que son, pero que nos apresuramos en acallar como algo vergonzoso?
Ah, y también hablar de...coños. Bueno, ya está dicho. La palabra. Como si una palabra estuviera unida a un ominoso significante o referente que la anulara. ¿Suena mal? ¿Vagina hiere menos sensibilidades?
Coño.
Ya esta dicho otra vez. De eso trata todo este montón de mierda que estoy escribiendo, y, entiendanme, tengo que hablar de ello sin eufemismos. Nada de monte de venus por aquí, genitales femeninos por allá.
Ahí nos tienes, señor, cada uno soñando en su cubículo con cuerpos perfectos estremeciéndose al tacto lascivo de unas yemas, o al susurro ávido de unos labios.
Mentes llenas de actos físicos imaginados, inconfesables, perpetrados en nuestros sueños en la carne irreal de lo que nos han enseñado que es bello.
Inconfesables castillos en el aire hechos de sudores fríos e imágenes tórridas.
Oh, look at all the lonely people, Where they come from?
Pensé en narrar todas las peripecias, pensamientos y pecados como algo póstumo, ocurrido a un amigo de un amigo.
Debía encontrar sus papeles tras su muerte por combustión espontánea, debida a la excitación producida de modo deliberado y calculado por cierta mujer que solo buscaba alentar falsas esperanzas de copulación, para después defraudar las expectativas creadas y dejar a mi amigo sumido en la frustración.
Melodrama, mala literatura, exceso narrativo, que se unen a este monólogo discursivo que no es más que una lista pobre de enumeraciones y lamentaciones, fustigaciones y confesiones.
Tal amigo, claro, no existe, o soy yo mismo, y no mentiré si digo que todo pecado aquí narrado, tal vez me cierre las puertas del hipotético cielo prometido en mil y un intentos salvíficos, pero como experiencia forma parte de aquello que me hace ser la persona que soy.
No podría avergonzarme de mis impúdicos actos ni ante un sacerdote ni ante toda la corte divina de santidades, puesto que la fe del primero es algo intangible frente a los momentos narrados que existieron , placenteros (y algunos lo fueron en grado sumo: Minutos como horas, que cabalgan la eternidad, mientras el cuerpo se vacía en la "petite morte") o momentos terribles, forman parte de mi ser. El camino del exceso es el de la sabiduría.
Es más impúdico matar, y sus efectos tienden a ser mucho más definitivos, al menos para la parte interesada.
El sexo nos rodea, es un acto social que trasciende el mero apareamiento de especimenes, aunque subsiste una cierta motivación subconsciente en los casos de la mal llamada relación monógama, como ya veremos más adelante.
Una muestra es, que pese a que el buen gusto dicta silenciarme, el sexo flota en el ambiente ahora mismo, mientras escribo estas líneas tumbado en el césped del parque: No puedo sustraerme a mis instintos más voraces (tal vez en parte por culpa de dos muchachas que fuman porros en el mismo césped, apenas a unos veinte metros, y vestidas únicamente con un bikini, pasándose el humo dopante la una a la otra con vigor, boca a boca, labio a labio, lengua a lengua, mientras al sol, se acarician sus firmes y algo pálidos pechos).
¿Por dónde iba? Creo que perdí el hilo.
El hecho es que decidí narrar toda mi experiencia sexual tras una discusión etílica con un amigo, mi colega Pristinus, acerca de la conveniencia o no de que el diámetro de las circunferencias mamarias femeninas fuera todo lo enorme posible, por métodos naturales o quirúrgicos.
Yo defendía la tesis de que no era cuestión de vital importancia, y él la contraria.
Pristinus:-Yo creo que ante la duda, más carne, más cantidad, qué mejor que unas tetas descomunales, como globos terráqueos.
Narrador:-Hay mujeres atractivas que no entran en ese estereotipo.
-Ya, pero ¿Y si tiene menos pecho que tú mismo?
-Tal vez exista un mínimo...y a partir de ahí a gustos...
-Lo definitivo es que te la ponga...
-Mejor dejémoslo...
-No, me interesa tu opinión. Mejor hacer una prueba empírica.
-¿Como cuál?
Y así esa noche llamamos a dos meretrices profesionales y armados con cintas métricas, calculadoras, preservativos, y demás instrumentos científicos decidimos sacrificarnos por la ciencia.
Pero no resultó concluyente, pues la muestra estadística era apetecible, pero pequeña en número y poco significativa, y nos conjuramos a no cejar en el empeño hasta dar con el tamaño ideal.
Y sin embargo habían parámetros que habíamos descuidado (firmeza, turgencia, forma, regularidad, suavidad, igualdad)
Esta promesa llegó a costarle a Pristinus horas de dedicación y finalmente incluso la vida.
Así me propuse recordar todo lo que sé (y lo que no sé) acerca de anatomía y psicopatología del sexo.
El tono es jocoso en ocasiones, irónico, desencantado, pero tal vez en esa desengañada ironía haya más verdad que en mil novelas románticas.
Y si a veces por contra el tono es pomposo y grave, será porque me gusta tratar los temas ligeros de modo grave y los graves de modo ligero. ¿Pero es el sexo un tema ligero? Tal vez no. Aristóteles poco dijo de esto. Pero no en vano sexo y muerte van tan a menudo de la mano en literatura.
Sin mucho más preámbulo me lanzo a la narración de mis pecados, impudicias, escándalos, atrocidades e inmoralidades.
Nunca aquel joven casto, convencido de su propia pureza y determinado a no dejarse influenciar por el sexo contrario (aunque en aquel tiempo usaba la palabra "contaminar". Mucho cambiaron las cosas.) pudo pensar mientras caminaba entre la multitud de la Plaza Redonda de Valencia con objeto de ir al tenderete ambulante del rastro a cambiar cromos con un conocido tahur con alma de mercader de Venecia, que el mero roce de un pantalón iba a hacerle cambiar de parecer.
Es una cuestión física, que escapa a la voluntad y a la decencia.
Mero roce capaz de levantar imperios de rigidez imperecedera, y tornar materia de blandos músculos, por arte de magia, en estaca más dura que un madero (y cuando era niño teníamos en casa chimenea, así que cortábamos leña al albor del invierno. No exagero pues hay maderos afectador por la humedad mucho menos firmes).
Pobre joven presa de la estupefacción y la vergüenza, que camina entre sus semejantes como un trípode viviente.
¡Corre a esconderte, hasta que se desvanezca el hechizo!
Allí comenzaron mis cuitas, estimados compañeros, y aquel fue día que merece recordarse, domingo de resurreción (y erección), minutos después atravesando la procesión en la cercana Plaza de La Virgen, y yo con el pene más tieso y recto que el de un ahorcado, frente a la sagrada imagen.
Esa fue la primera, más no la última vez, que fuí traicionado por la mecánica de la naturaleza.
Esta es una crónica que comienza con torpeza infantil, grotesca, patética y berlanguiana, y acaba...
No diré cómo. Tal vez con una falsa sonrisa triste.
No es mal final para una ópera bufa que se torna en oscuro tríptico de obsesión y depravación, una conversión en ese Casanova de Fellini agotado, entregado al vacío del ardor amante, como guerrero que solo sabe luchar.
Sable sin vaina.
Vida, sexo, amor, muerte, todo se entremezcla en el mismo torbellino, en una arlequinada con absurdo guión de Russ Meyer en que generosos y grotescamente enormes pechos son el lecho en que lágrimas son ahogadas, páginas escritas con la tintas del sudor, y pecados consumados con lascivia.
Y si solo queda eso, una escena final fría y anticlimática, en que ante el absurdo, Nikole Kidman se mira en el reflejo de la cámara y dice:
-Follemos.
Entoces, perfecto.
De eso tratan estas letras. Si me retratan como sátiro inmoral, es porque lo soy.
Incluso un monstruo es una persona, tiene alma, y su rostro de creación prometeica no tiene por qué no ser más que una máscara.
Abajo las máscaras. Vean lo que hay y lo que hubo, mi trayectoria desde una mística misoginia adolescente a una erotomanía triste, cínica y descreída. Tempus fugit.
Arriba el telón: