J. se levantó de un salto y se dirigió a la habitación de sus padres. Abrió el armario y eligió entre las corbatas que formaban un arcoiris de nudos de ahorcado. La luz huía a intervalos regulares, por culpa de las nubes. Los claros y oscuros que se formaban en la habitación parecían sombras chinescas persiguiéndose.
La cara de J. era una máscara sonriente.
Como siempre que tenía demasiado que hacer, se sentó a disfrutar del placer de no hacer nada. Había un pájaro muerto en una jaula en la cocina. Quizás llevaba muerto toda la vida. Desde siempre. Tal vez nació muerto.
J. Cogió su escopeta de caza:
-Vamos a matar a algunos cerdos!-Su voz sonaba como doblada por el tipo que pone la voz a Clint Eastwood.
Hizo el equipaje, cogió los esquíes que le había prestado aquel amigo al que odiaba, aquel que era fan de Elton John.
También tenía una bala para Elton.
Cargó todos los enseres en su Mitsubishi Colt amarillo, tan suyo que era alquilado. Pasó a recoger a la rubia de generosa talla que había venido de Escandinavia para confirmar sus tópicos sobre el sol: La pálida novia del desierto.
Ella le besó en su máscara, donde debiera estar la mejilla. Él pego acelerones al motor en punto muerto, con los ojos de un muerto fijos en el horizonte.
La nórdica, que venía con un periódico en la mano, leyó una noticia en voz alta mientras ponían gasolina:
En extrañas circunstancias murió un chico de un balazo en la caraUn jovencito de 16 que se hallaba junto a su novia de 15 en una casa cercana a la curva de Roces murió a las cuatro de hoy alcanzado en el rostro por un disparo de revólver de grueso calibre. La policía investiga el trágico suceso y no descarta hipótesis alguna. Versiones hablan de un juego de Ruleta Rusa.-Todos los tontos tienen suerte, escupió él.
Cogió la autopista como el amante coge el cuerpo de una mujer. De forma apresurada y con fuerza.
Los kilómetros eran como una sala de espera en la que el tic tac de la vida rompía el silencio. Él pensaba que ella se sentiría decepcionada cuando averiguara que su padre había alquilado un piso en Andorra para alojar al hombre que iba a matarlo después de tirarse a su hija.
Tal vez el hecho de que fuera un traficante de armas no la iba a decepcionar demasiado. Hay vidas cuyo resplandor aúreo cuesta demasiado dinero como para estar fundadas en altos principios.
Habían buitres en el cielo cuando pararon en el área de servicio. Él se puso sus gafas de sol porque sus ojos le dolían cada vez que miraba a aquella extraña. Ella hablaba, y él, se daba cuenta, tenía una carencia crónica de conversación banal.
-¿Qué tal estás, cansado de conducir?
-¿Recuerdas aquella escena de Indiana Jones en que le arrancan a un hombre el corazón del pecho?
- ...
-Me siento así.
-Vaya, lo siento.
-No lo sientas. Es una mejora. Es reconfortante.
-¿Reconfortante?
-Al menos siento algo...-!Peligro¡, puso la radio, para matar cualquier contacto entre humanos.
Al llegar, la habitación se le antojó como una celda kafkiana en la que podría vivir en el limbo eternamente, planeando un asesinato sin atreverse a cometerlo, pero sintiendo los remordimientos de antemano.
Ese no era, sin embargo, su estilo. Cuando llegó el hombre en cuestión, de mediana edad, calvo, con su puro en la comisura, su americana, sus enormes manos de contrabandista venido a más, le estrechó la mano en el comedor, se excusó diciendo que tenía un regalo, caminó hacía su cuarto, cogió la escopeta de su estuche, y tal como salía de la habitación disparó a la cabeza.
La chica gritó, y él solo dijo:
-Nunca te prometí que iba a ser un fin de semana exactamente romántico.
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