19 de septiembre de 1880:
Los ingleses han experimentado en su atribulado imperio de la India la verdad de aquel humorístico lugar común del siglo XVIII: 2La historia es un vejestorio que se repite sin cesar."
El Hado que desde lo alto dirige los episodios de la campaña de afganistan de 1880 parece que tiene ante sí los documentos de la campaña de Afganistán de 1847 y que está haciendo simplemente una copia servil, con lo que revela una imaginación exhausta.
En 1847 los ingleses "por una razón de Estado, por una necesidad de fronteras científicas, por poner barreras al dominio ruso del Asia..." y otras vagas razones que los políticos de la India murmuran sombríos retorciéndose los bigotes, invaden Afganistán, y van por ahí aniquilando tribus seculares, desmantelando ciudades, asolando mieses y viñas. Se apoderan por fin de la santa ciudad de Kabul, expulsan del serrallo a un viejo emir aterrorizado, colocan a otro de raza más sumisa que ya traen preparado en la impedimenta, con esclavas y con alfombra incluidas.
Y en cuanto a los corresponsales de los periódicos, han telegrafiado la victoria del ejército, acampado a la orilla de los arroyos y en los vergeles de Kabul, se desata los correajes y fuma la pipa de la paz...Así sucede exactamente en 1880.
Al msimo tiempo, exactamente como en 1847, jefes enérgicos, mesías indígenas, recorren el territorio, y con los nombres de "Patria" y de "Religión" predican la guerra nacional, la guerra santa. Las tribus se reunen, las familias feudales acuden con sus partidas de caballería, príncipes rivales se unen por el odio hereditario al extranjero, el "hombre rojo", y en poco tiempo hay un resplandor de fuegos de campamento en las cumbres de la serranía, dominando los desfiladeros que son el camino, la entrada a la India...Y cuando al fin aparece allí el grueso del ejército inglés, cerca de Kabul, sobrecargado de artillería, filtrándose espesamente por entre las gargantas de las sierras, en el lecho seco de los torrentes, con sus largas caravanas de camellos, aquella bárbara multitud se precipita sobre él y lo aniquila.
Así fue en 1847, y así también en 1880. Entonces los restos desperdigados del ejército se refugian en alguna de las ciudades de la frontera, que una vez es Ghazni y otra Kandahar. Los afganos corren, ponen cerco, cerco lento, cerco de paciencia oriental. El general sitiado, que en esas guerras asiáticas puede siempre comunicarse, telegrafía al virrey de la India, reclamando con furor "refuerzos, té y azúcar" (Esto es textual: el general Roberts lanzó hace unos días ese grito de glotonería británica; el inglés, sin té, combate sin energía)
Entonces el Gobierno de la India, gastando millones de libras, manda a toda prisa deformes fardos de té reparador, blancas colinas de azúcar, y diez o quince mil hombres. De Inglaterra parten esos negros y monstruosos transportes de guerra, arcas de Noé a vapor que llevan campamentos, rebaños de caballos, parques de artillería, toda una temible invasión...Así en 1847 como en 1880.
Este ejército desembarca en el Indostán y se une a otras columnas de tropas indias y es envíado día y noche sobre la frontera en expresos a cuarenta millas por hora. Desde allí comienza una marcha devastadora, con cincuenta mil camellos de impedimenta, telégrafos, máquinas hidráulicas, y una elocuente caballería de corresponsales de periódicos. Una mañana se avista Kandahar o Ghazni, y en un momento es aniquilado y dispersado sobre el polvo de la planicie el pobre ejército afgano, con sus cimitarras de melodrama y sus venerables culebrinas del modelo que dispararon en otros tiempos en Diu.
¡Ghazni librada!¡Kandahar liberada!¡Hurra! De todo esto se hace inmediatamente una canción patriótica, y la hazaña se populariza por toda Inglatera gracias a una estampa en la que se ve al general libertador y al general sitiado dándose efusivamente la mano, en primer plano, entre caballos en corveta y granaderos bellos como Apolos, que expiran en noble actitud. Así fue en 1847; así tiene que ser en 1880.
Mientras tanto en montes y desfiladeros, millares de hombres que defendían la patria o morían por la "frontera científica" se quedan ahí como pasto de los cuervos. Lo cual en Afganistán no es una respetable imagen retórica. Allí son los cuervos los que limpian las calles de las ciudades, comiéndose las inmundicias, y en los campos de batalla purifican el aire, devorando los despojos de las derrotas.
Y de tanta sangre, agonía, luto, ¿qué queda al final? Una canción patriótica, una estampa idiota en los comedores, y después una línea de prosa en la página de una crónica...¡Consoladora filosofía de las guerras!
Mientras tanto, Inglaterra disfruta por algún tiempo de "la gran victoria de Afganistán", con la certeza de tener que empezar de nuevo de aquí a diez o quince años, porque no puede conquistar o anexionarse un vasto reino, tan grande como Francia, ni puede consentir, pegados a su flanco, unos cuantos millones de hombres fanáticos, batalladores y hostiles. La "política", por lo tanto, es debilitarlos periódicamente con una invasión asoladora. son las recias necesidades de un gran imperio. Mejor sería tener solo un huerto, con una vaca lechera, y dos surcos de lechuga para las meriendas veraniegas...
(Eça de Queirós, Cartas de Inglaterra)
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