Micronesia en el Cerebelo

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Sunday, August 16, 2009

Especial Verhoeven: El sexo débil


"Catherine Tramell es el diablo."

(Paul Verhoeven)

De entre todas las películas que he visto de Verhoeven, Instinto básico es la menos apreciada por un servidor. Detrás de un guión tramposo del inefable Eszterhas, está la elegante intención de Verhoeven de superar el argumento de TV movie y lograr algo más de esa amalgama de sexploitation y thriller de sobremesa.

Verhoeven vio algo en el guión. Una posibilidad de homenajear a Hitchcock, de homenajearse a sí mismo, y de realizar escenas de sexo duro en una superproducción hollywoodiense. Homenajearse a sí mismo porque esta es una versión empobrecida y esquemática de De Vierde Man, otra película basada en la sospecha, otra película con fría rubia hecha de hielo como una femme fatal, de sexualidad agresiva y confianza en sí misma.

Para mi, sin embargo, lo interesante es el protagonista, Nick Currant, paradigma del hombre posmoderno, que mantiene su rol de machito como una armadura que se resquebraja. Si el crítico Fernández Valentí ve a Michael Douglas un tipo demasiado blando para encarnar un personaje oscuro, yo lo veo incluso demasiado duro, al menos en comparación con Jeroen Krabbé, el prota de De Vierde Man.

En la historia de esta seducción, al lado oscuro, por parte de ella, él se ve conducido, irremisiblemente, a una conducta autodestructiva, hacia el tabaquismo (chiste verhoeviano sobre la California políticamente correcta), la bebida, y el peligro. Así, la obsesión de Currant comienza con la sospecha, la paranoia, de que Catherine Tramell elimina a sus amantes, para, a continuación, impregnado de instintos suicidas (esos serían los básicos instintos) ponerse él mismo en situación de ser eliminado, como un lemming conduciendose hacia el abismo.

La intriga, tramposa, está bien dosificada, y ejecutada con maestría pese a sus trucos de feria cien mil veces vistos, sus identidades confusas, sus ambigüedades calculadas, para que, en el fondo, la duda y la acción sean creadas por la mente de Currant, como en su precedente verhoeviano.

Pero es en el plano de la seducción donde la inquietud y la angustia alcanzan su cota más alta. Jeanne Tripplehorn, la doctora, trata de domesticar el carácter de un Currant que es un pecador arrepentido, de convertirse en su madre, de caparlo simbólicamente, pero a la vez se ve atraída por el Currant más primitivo, amoral, brutal, básico, desconsiderado. El polvo entre los dos, el mejor de la película, demuestra hasta que punto la doctora es la víctima propiciatoria de Currant, el objeto que sacrifica para colocarse, imitemos a Zizek y sus análisis, él mismo como objeto de fetiche, deseado por la Tramell.

No se trata de que se vea arrastrado por ella a una nueva personalidad. Sino, como se da a entender, con ella puede mostrarse tal y como es, una persona oscura, débil, que cede a sus deseos, a sus pasiones, ese es el atractivo de la escritora. No debe esforzarse en vano por ser alguien mejor, alguien civilizado, sino que puede abandonarse en el instante, aún con más desgarro, dado que el futuro no existe, solo el hoy. El futuro bien podría ser un picahielos, como se apunta varias veces en la cinta, premonitoriamente, con Currant observando a Tramell deshacer los hielos con el afilado filo de la muerte en sus manos.

La escena del interrogatorio, una obra maestra en que a base de no repetir dos planos iguales, y de introducir pequeñas notas de humor, amén de la famosa escena del cruzado de piernas, anima una conversación en el fondo aburrida. Pero cobra un gran significado cuando lo interrogan a él, Currant, y se coloca en la misma posición, y con los mismos argumentos, que la sospechosa. En esos momentos, Fausto-Currant, ya ha vendido su alma, a cambio de un poco de emoción en su triste existencia de policía marginado, quemado, añorante de la nube de narcóticos y alcohol que nublaba su ser.

¿Puede la virtud competir con eso? A pesar de su beodo compañero, voz de la conciencia, no lo parece. Currant ya ha ensayado lo de ser bueno, y no ha resultado. Si Tramell es una mantis religiosa, a Currant en el fondo no le importa. ¿Por qué entonces continuar investigando, buscando una solución a la cadena de muertes ligadas a Tramell? Tal vez para construir una mentira lo bastante sólida, para que su flechazo por el lado oscuro no sea cosa de unas semanas, hasta el desenmascaramiento final. Necesita probar que no fue ella, a la vez que no le importaría realmente si lo fuera.

El conflicto identitario evidente, pelucas, suplantaciones, nombres falsos, es solo una parte de la ecuación. El verdadero conflicto está en Currant, en quién es, en si puede seguir soportándose a él mismo, sus propios secretos, sus propias culpas. Tiroteos dudosos, suicidios familiares, Currant es un alma torturada buscando la paz en el ojo del huracán, donde la calma es engañosa, pero tal vez preceda a la calma definitiva.

Verhoeven pierde el gusto por el detalle, y pasa a filmar encuadrando a sus personajes, cuyos rostros parecen cautivos en todo momento en el cuadro que verhoeven diseña para ellos. Los guiños a Hitchcock, como la escena de Nick y Cat hablando en la escalera, son los mínimos.

Por otro lado, el hecho de que Tramell escriba con antelación los crímenes en sus novelas, nos pone en el supuesto insospechado de la predeterminación, en un sentido casi teológico. ¿Está la vida de Currant condenada de antemano?

Verhoeven rueda las escenas de sexo con violencia, como una lucha, plenas de referencias a la muerte, a la vulnerabilidad, al dolor. La visión del mundo del director pocas veces ha sido tan claramente pesimista, moralista incluso, pese al barniz de escándalo, exhibicionismo, y explotación del sexo. Los espejos devuelven una imagen engañosa de los cuerpos, la carne y sangre supurante y sudorosa...

La comisaría de policía ofrece un retrato de las fuerzas del orden áspero, amargo, repletas de seres corruptos, alcoholizados, individualistas, que se traicionan, provocan, burlan o denuncian entre sí. No hay prácticamente personajes positivos, relaciones sanas, puntos de vista normalizados, todo es turbio y enrarecido. El bien y el mal pierden sentido, no se hace pie, Asuntos Internos está tan lleno de podredumbre como el que más.

Falta el aire, el oxígeno. Currant se siente escindido, dividido, perdido. No logra abrirse camino, y se acaba entregando al que otra persona ha escrito para él, más sencillo. En el fondo, más seguro. ¿Qué hay más seguro que la muerte?

Currant es un suicida en potencia, un suicida adicto a la adrenalina, por añadidura, y el método de su suicidio, además de comprender el acohol y las drogas, es la investigación y la caída en la fascinación, de una asesina que ha escrito su muerte.

Así, el final de la película, en el fondo, podría interpretarse como un final feliz. Y por eso, esta película, es tan deprimente y oscura, tan terrible y nihilista, un verdadero alegato del Verhoeven-predicador-luterano contra la descomposición moral y existencial del hombre moderno.

4 comments:

Davis said...

Comentario interesante, ¿Te has planteado colaborar haciendo criticas de peliculas para algun medio de comunicacion?

Paolo2000 said...

! Excelente analisis ! Yo la verdad tendria que volver a verla para entrar al trapo pero a mi siempre me gusto mucho Michael Douglas en ese papel y en otros, donde como usted dice, ejemplifica el hombre que se ve arrastrado por sus mas bajos instintos, sucumbe a las tentaciones, a los vicios y a miles de adicciones . No se yo si una semblanza atemporal del macho descerebrado mas que un retrato del hombre moderno carente de valores, posiblemente estemos hablando de los mismo. En Instinto Basico a mi me encanta esa idea de que el sospecha, o incluso desea, que Stone sea la asesina ya sea porque le pone tanto que le da igual o bien por puro morbo de ser sacrificado en pleno orgasmo. Currant es un personaje realmente brutal

Ps:La pelicula efectivamente es tramposa y retramposa. ¿ Se la podria imaginar por cierto rodada por DePalma? yo sí !
Ps2: Por cierto el pajarraco del guionista algunas debio tomar viendo Matador de Almodovar...

Paolo2000 said...

Y Mycroft, no se haga usted critico, por favor ! ; )

Alex said...

Para mí es una de las películas mayores de Verhoeven porque retrata su modo de ver el mundo pese al fulgor de las bambalínas o quizás precisamente por esa razón, por la luz negra que empapa su metraje.

El sexo siempre es violento y primario en las películas de Verhoven. Para sus personajes, la ternura sólo existe retratada en fotografías, fetiches y recuerdos. No existe el hoy sino el ayer. El presente no es más que una corriente que arrastra a Currant, perdido, en busca de un final que anhela porque, dices bien, es un suicida en potencia. Su pasado es una mierda y nada hace pensar que su futuro será mejor, de modo que buscar la vía de escape está justificado, aunque la tenga que disfrazar con el cumplimiento del deber. Concepto éste absurdo para un kamikaze acostumbrado a vivir en un mundo amoral.

El final es una trampa más que parece interferir el desarrollo de una cinta mayúscula con un forzado happy end. Douglas (que no me parece en absoluto blando, y de serlo estaría más que justificado por las ramificaciones del personaje) vive y he ahí su penitencia. Nada de final feliz. Habría sido mejor ser rebanado por un picahielos que aguardar un futuro que no existe. Habrás más escupitajos, más cafés de máquina, más reproches de tus superiores... pero el polvo del siglo sólo se dará una vez.

Excelente reseña, Mycroft. Digna continuación de tu serie-homenaje al cine de Verhoeven. Debilidad, como sabes, también mía.