Sunday, March 26, 2006
Diario de un asesino a sueldo
Acariciando el oro en forma de terciopelo de sus cabellos, buscando borrar la forma de sus labios a base de besos, tocando sus pechos más para sentir su respiración que por lujuria, perdiéndome en sus ojos como en pequeñas galaxias azules, inexploradas, brillantes, insondables y temibles, le dije:
-Perdóname, soy un mal amante-mientras deslizaba su ropa interior piernas abajo, saboreándolas con mi tacto.
Decidido a contradecirme, la abracé, y busqué su boca como las flores buscan el sol. Pero con movimientos suaves, cautelosos, casi como un felino a punto de abalanzarse sobre un pájaro, casi como si ella fuera de porcelana en lugar de carne hecha caricia.
Puse mi cabeza en su pecho mientras la penetraba, y junto a su breve gemido, oí su corazón hablando en el lenguaje de los seres vivos.
Hago el amor tomándome mi tiempo, como quién afina un instrumento, buscando la nota adecuada con mis finas manos, tocando una melodía de Dvorak al piano de sus breves pezones, rojos como fruta de verano, cerezas y miel.
Su cuerpo era un templo excitante, y era tan hermoso que casi hubiera podido amarla.
Afuera las estrellas tiritaban de frío mientras yo entraba en calor con cada acometida que hacía vibrar sus caderas, sujetándome a ellas y a las brumosas y escarpadas nalgas, a la calidez de su sonrisa que buscaba la mía y se unía en un espectáculo de brasas, y a su voz breve y retadora.
Cuando acabé, la abracé, y le miré a los ojos. Casi podía hacerlo, casi podía amarla, pero aunque tenía sus flacos brazos rodeándo mi cuello, estaba muy lejos de ella.
Se oyó un ruido como de puerta al cerrase, quise hacerlo rápido. Nunca pagan lo bastante en estos casos.
Quebré su cuello, rompí aquella porcelana con forma de mujer, y la promesa de su calidez la apagué de un solo soplo.
Pensé en todos los hombres que habían compartido su carne leve, ígnea y llena de vida. Que habían buscado refugio del frío de sus propias almas. Todos los que se abrazaron a ella por miedo a la soledad, al silencio, sin que les sirviera de mucho, tomando solo lo necesario para continuar el viaje, sin pensar más en aquel trozo de humanidad que ahora había dejado de respirar, dejando sus pechos quietos y tristemente fríos.
Les deseé mejor suerte que la mía. Tal vez después de todo la amé a mi manera. Iba a morir de todas formas, que mejor manera que morir con un beso húmedo, sencillo, sincero, melancólico y asesino.
-Perdóname, te dije que soy un mal amante-susurré. Y la dejé allí, tan muerta como cualquiera, tan bella como pocas.
Antes de escabullirme por la puerta, dejé unos billetes en la mesita de noche.
No quería implicarme emocionalmente.
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7 comments:
Cuánta fogosidad, lo mismo me hago asesino a sueldo...
joder.... lo leo estremeciéndome y pienso en la envidia que siento, no por lo que no tengo, sino por lo que ella tiene, que es una envidia más dañina si cabe.
en fin sr. Mycroft, que tiene usted una prosa de miedo.
Yo no lo veo así Ice...él no sabe si va a ser capaz de matarla o no hasta después de hacerle el amor.
Bonito dilema ese...saberse capaz o no de matar a alguien...y ser lo suficientemente frío para acometer el crimen después del acto sexual...
Saludines!.
Mycroft es usted el nuevo Capote...
Ese es el quid de la cuestión. La gente que mata. El diario de un asesino a sueldo lo empecé para ponerme en su lugar, un ejercicio de estilo si quiere. Pero lo fácil es decir, este tío es un asesino, mata y ya está.
Hay que buscar un poco más. Hay que buscar el "crimen y castigo" que puede que viva en cada persona que arrebata vidas.
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