Ante la fantasía final, podemos hacer alguna especulación: La hipérbole, el estallido en que la Historia se hace añicos, tal vez es un guiño a Wellstein, su fiel productor, y a su bravuconería judaica: Ofrecerle un tributo en forma de sueño, de distopía, a ese personaje que Biskind retrata tan bien como una mezcla de ira y complejos, de reafirmación, de testosterona y sionismo americano.
Pero estaríamos suponiendo demasiado tal vez.
El hecho de que Malditos Bastardos, con su "érase una vez en la Francia ocupada" sea una carta de amor de Tarantino al cine bélico clásico, a Aldricht, a Fuller, no quita para que sea a la vez una obra tremendamente personal, un pastiche travieso que juega con su propio mcguffin, los bastardos, para contar otro tipo de historia de guerra.
Es un comic, un comic de "Hazañas bélicas" en el que todo es posible y la verosimilitud de la Historia con mayúsculas se rinde a la de la historia, con minúsculas, de la imaginación irreverente de Quentin.
Hay en esa bastardía, algo, no mucho, del espíritu de Peckinpah en la Cruz de Hierro: Un gesto airado ante las voces que siempre una y otra vez afirman que tal género o tal otro han sido ya agotados, que no es posible explorarlos sin recorrer caminos ya trazados.
El logro de Tarantino es no romper con el aire clásico, pero a la vez romperlo del todo con sus anacronismos, sus piruetas, su narrativa posmoderna, su cine nervioso y ecléctico, su desmesura, su humor (en ocasiones grueso, otras elegante, como en la parodia al cine patriótico nazi).
Y sin embargo, todo ese torrente referencial, esa sinergia de lo viejo y lo nuevo, está contenida en la carta de amor que hemos anticipado, al cine, a su lenguaje, a sus maneras, a sus maestros.
Y por debajo, en el núcleo, un cuento infantil, en sentido maravilloso del término, de un lobo feroz, y una caperucita no menos feroz a la postre, con supervillano magistral, con su diva en el centro del relato, irradiando fuerza y ternura.
Y al final, las palabras de Aldo ratifican el status de obra maestra.
Pero estaríamos suponiendo demasiado tal vez.
El hecho de que Malditos Bastardos, con su "érase una vez en la Francia ocupada" sea una carta de amor de Tarantino al cine bélico clásico, a Aldricht, a Fuller, no quita para que sea a la vez una obra tremendamente personal, un pastiche travieso que juega con su propio mcguffin, los bastardos, para contar otro tipo de historia de guerra.
Es un comic, un comic de "Hazañas bélicas" en el que todo es posible y la verosimilitud de la Historia con mayúsculas se rinde a la de la historia, con minúsculas, de la imaginación irreverente de Quentin.
Hay en esa bastardía, algo, no mucho, del espíritu de Peckinpah en la Cruz de Hierro: Un gesto airado ante las voces que siempre una y otra vez afirman que tal género o tal otro han sido ya agotados, que no es posible explorarlos sin recorrer caminos ya trazados.
El logro de Tarantino es no romper con el aire clásico, pero a la vez romperlo del todo con sus anacronismos, sus piruetas, su narrativa posmoderna, su cine nervioso y ecléctico, su desmesura, su humor (en ocasiones grueso, otras elegante, como en la parodia al cine patriótico nazi).
Y sin embargo, todo ese torrente referencial, esa sinergia de lo viejo y lo nuevo, está contenida en la carta de amor que hemos anticipado, al cine, a su lenguaje, a sus maneras, a sus maestros.
Y por debajo, en el núcleo, un cuento infantil, en sentido maravilloso del término, de un lobo feroz, y una caperucita no menos feroz a la postre, con supervillano magistral, con su diva en el centro del relato, irradiando fuerza y ternura.
Y al final, las palabras de Aldo ratifican el status de obra maestra.
1 comment:
Podría ser, qué duda cabe, un episodio de "Azañas bélicas". El cine de Tarantino, tanto en estructura como en estética, es cómic filmado. Veo muchas cosas más de las que señalas y no había visto algunas de tus afirmaciones. Son y están, es cierto. Las películas del director cabezón deben verse dos y quince veces para agotarlas.
El diálogo final de Aldo es grandioso.
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