En el escritorio de Fred Salvaje habían machas viejas de café que formaban oscuras formas amenazantes, recordando como a sangre. Por encima, lapices roídos hasta la médula, e informes a medio hacer sobre muertos insignificantes, indignos de un Batman. Cadáveres de mendigos hacinados sobre el hielo, a los que el frío, el miedo, el vino o la soledad habían hecho un último favor.
La mesa de Fred Salvaje era el ataúd administrativo de los homicidios, suicidios y muertes naturales que ningún héroe o policía decente se molestaría en resolver. Entre sacapuntas, bolígrafos agotados, y una vieja Corona de teclas duras, duermen su último sueño los pordioseros y los yonkis que no importan a nadie, acunados por el ebrio aliento de Salvaje.
-Mierda, y ella qué dijo.
-Me miró con los ojos como platos y me preguntó si una mamada me haría olvidar el asunto.
-¿Y qué hicistes?
-¿Tú que crees?
La comisaria esta llena de pequeñas infamias y anécdotas. Cuanto más embrutecido y corrupto, más popular. Es el tiempo para que los héroes sin rostro hagan el trabajo de los hombres de ley. Es el tiempo en que la policía no vale nada. El crimen se paga con la sangre en un callejón sin nombre, derramada por algún niño rico con ansias de estremecer al mundo en su mano y darle su forma.
También se hablaba del asesino del bisturí, del misterioso psicópata que obsesionaba a Batman, que agotaba a la policía en su búsqueda mientras la ciudad languidecía sin ley, ensimismados los justicieros en las vendettas personales del héroe.
Fred Salvaje era el más tiránico y violento policía del distrito. Curiosamente su indice de criminales muertos por tratar de enfrentarse a la autoridad era el más alto de la ciudad con una diferencia enorme. Solo por detrás de Batman, claro.
Fred sin embargo no hacía de ello bandera. Callaba y observaba a sus compañeros como desde la lejanía de otro universo. Además de Fred Salvaje, se le conocía como El Mudo.
Hoy el mudo iba a hablar por los codos con asuntos internos.
Pero antes iba a dar la cara. Tenía mariposas cenagosas y temblequeantes en el estómago. Siempre era mejor que tener mariposas de plomo.
Cogió su placa y se dirigió al polígono que había por Dixco Docks. Se saltó tres semáforos y conducía como un hijodeputa borracho, cosa que no era del todo incierta.
Pisó el freno a fondo, y bajó del coche junto al Ford viejo y cascado del agente Face.
Face no tenía cara. Era todo ojos aviesos, hundidos encima de sus pómulos como cerezas. Se miraron largamente. Pasó un minuto. Pasaron cinco. Corría una desagradable brisa con aroma a fábrica.
-¿Vas a denunciarme a Clean?
-Si
-¿Por qué? Tu estás más sucio, has matado con más alegría, has falsificado más informes, y has dado más palizas que nadie en esta ciudad.
Salvaje se lo pensó. Habían demasiadas razones para no hacerlo. Por eso lo hacía.
-Porque puedo.
Face sacó su pistola y le pegó un tiro en el vientre. Sonó el timbre de una fábrica.
Una sirena agónica como un grito de ballena se cernía con oscuridad entre las nubes negruzcas de tormenta, entre las pequeñas flores blancas que crecían en el margen del asfalto, manchadas de tierra rojiza.
Salvaje estaba tendido como un cerdo en una matanza, esperando ser destripado.
Entonces se puso de pie, tarareando DIES BILDNIS IST BEZAUBERND SCHÖN, de la Flauta mágica. Se acercó a un anodadado Face.
-Estas loco...-dijo Face muy bajito, como dejando por sentado el hecho para la posteridad.
Salvaje se abalanzó y le partió el cuello. Le molestaba tener que hacer un informe sobre la muerte de un policía. Tal vez amenazar a Clean de muerte sirviera para enterrar el asunto. Tenía cosas mejores que hacer. Tenía que matar a Batman.