Al principios de los 80, Glutamato Ye ye cantaban una canción llamada "todos los negritos tienen hambre y frío". Bajo una apariencia naif la letra parodiaba con muy mala leche el tono políticamente correcto y solidario que ya era incipiente, y que, años después, hace impensable hoy en día que una canción con las palabras "negritos", "hambre", "frío" salga en antena.
Partiendo de ese principio, de que hoy en día no solo no nos permiten no ya rechazar la ayuda en si misma como algo incontestable, sino la misma utilización de ésta de un modo irónico, deberíamos reflexionar: No nos está permitido pensar que lo que está destruyendo el tercer mundo no es solo el hambre: es la "Ayuda".
No estoy en contra de una ayuda de emergencia, medicamentos, comida de los países vecinos, bomberos, médicos, e incluso, en contra de lo que dicen muchos izquierdistas de manual, de los marines.
Pero estoy en contra del dinero. Ese dinero del cual el señor Botín se queda una comisión, ese dinero que se manda por sms debido a la mala conciencia, ese dinero que se lanza a un mendigo sin mirarle a los ojos.
La caridad no es una solución. La caridad no es amiga de la justicia. La caridad mantiene el status quo y refuerza la dependencia tanto real como simbólica. Hay demasiada caridad, y poca solidaridad.
El pensamiento dominante nos arrebata la única herramienta que puede cambiar el mundo: La reflexión. Para reflexionar acerca del mundo, en ocasiones uno debe plantearse incluso sus propios sentimientos a fin de conocer exactamente la diferencia entre la solidaridad justa, y la caridad culposa. Y poner en breve paréntesis sus propias tendencias humanistas.
No quiero entrar en un argumento peligroso y deleznable, de tipo del socialismo más enloquecido o del maoismo más cruel, abocado a la realpolitik (que vendría a pedir cuantos más cadáveres mejor, porque más allá del desastre natural, son el síntoma del fracaso capitalista y del abandono de la periferia del sistema a su suerte). Entre otras cosas porque pensando así no se consigue nada, dado el punto de insensibilización y virtualización del dolor. El dolor es ficción televisiva a menos que lo pueda palpar con mis manos.
Pienso que
Zizek, a pesar de sus coqueteos esporádicos con Stalin (sospecho que más por ganas de provocar, y más por una fascinación por una fuerza natural, como un médico fascinado por la naturaleza de la peste, que una auténtica simpatía) cuando denuncia la caridad lo hace desde una perpectiva moral: Del mismo modo que quién cree en dios y practica su código ético religioso, no por convicción sino por curarse en salud, por "asegurarse su puesto", quienes donan, lo hacen habitualmente para "desactivar" el problema de su conciencia, y como una especie de "prima de seguro": Se aseguran la existencia de la caridad, de su consideración positiva en la esfera moral, para el caso de que la catástrofe se cebe con ellos.
No estoy diciendo que la persona que ayuda a Haití haga un cálculo racional de manera consciente y que su propósito sea egoista. Pero es la manera en la cual funciona de modo inconsciente.
La ayuda despolitiza la cuestión aquí, en el primer mundo, al considerar que "ya hemos hecho algo", aunque ese algo no solucione nada. Pero también allí, en el lugar olvidado por la mano de dios, porque es muy difícil pedir cuentas al que te trae la hogaza de pan cada día, al que manda los médicos, al que tiene la penicilina.
El hecho es el siguiente: La ayuda ha matado miles de personas en las últimas décadas. Estudios de gente como
Ziegler, Loretta Napoleoni, o exabruptos de
Stiglitz, vienen señalando en esa dirección. La ayuda pura no existe más que plantándose in situ, arremangándose y sacando cascotes, y ni eso, porque cada individuo voluntario ha de asegurarse un mínimo de condición de vida que ni siquiera allí pueden sufragar:
Aquí entramos en la gestión de la ayuda, en los recursos, y, señores, en las contrapartidas. Siempre existen contrapartidas. "Los gobiernos son corruptos". En consecuencia, para gestionar la ayuda, surge una casta de intermediarios. Surgen organizaciones, en ocasiones negocios que se lucran con parte de los donativos.
Aparecen conceptos de gestión, maximización. Incluso subcontratación. En ocasiones el capital procede de fondos privados de grandes filántropos. Multinacionales. Generosos donativos. Sugerencias del Banco Mundial: privatizar mercados, desregular sectores, para atraer inversores a las zonas deprimidas. Suculentos créditos blandos para financiar la reconstrucción, a cambio de flexibilizar las normas proteccionistas.
Esto acaba llevando a la práctica destrucción de las industrias autóctonas y a la masiva dependencia de los donativos (y, no lo olvidemos, los préstamos) para poder comprar los productos, incluso agrícolas, que se importan de mercados exteriores, o se generan en el mercado interno por medio de grandes trusts extranjeros.
Las "ayudas" del Banco Mundial han matado a muchísma gente de hambre (ver
Ziegler).
Pero...
"Todos los negritos tienen hambre y frío". Queremos sentirnos mejor. Estamos comprando un producto. Se llama "paz de espíritu". Los negritos salen por la tele. Nuestos vecinos ya tienen uno! No vamos a ser menos! Como si no pudiéramos permitirnoslo!
¿Movilizarse, exigir cambios a nivel de política internacional, organizar movilizaciones, exigir responsabilidades de la ONU, desplegar cascos azules, vaya, politizar el asunto? Nooo! No vaya a convertirse en una patata caliente, en un asunto de justicia y no de caridad, en una lucha de clases: entre "ellos" y "nosotros".
Como dice el artículo de
Joan Piqueras Contreras, citado, "Lo humanitario ocupa el lugar de lo político." Es un mecanismo de drenaje del sistema para perpetuarse. Para
Bruckner citado por Piqueras, se trata del derecho de injerencia como el "derecho a descuidar a algunos pueblos fingiendo prestarles auxilio". Podemos señalar otras perlas del artículo: "el discurso humanitario encubre y eufemiza las relaciones económicas". "La "empresa humanitaria" puede reducir los costes de producción y obtener capital sin interés".
La conclusión del artículo no puede ser más definitiva, y coincide con la alusión de la conferencia de
Zizek "Against Charity" a la renta básica universal como única idea revolucionaria de la izquierda en décadas. Se dice que "La justicia distributiva (esto es, el reparto equitativo de los recursos, que conviene no confundir con ayuda) sólo adquiere pleno sentido si va acompañada de un régimen universal".
El hecho de que esto nos llevaría a problemas todavía más pantanosos, de corte malthusiano, o incluso neo-eugenésico, acerca del reparto de los recursos, la sostenibilidad, la demografía, etc, no debe desviarnos de la contradicción señalada entre justicia y caridad.
No somos capaces de empadronar inmigrantes pero queremos compranos un huerfanito. Miramos la tele con la esperanza de que el niño de ojos tristes y mirada perdida, ¿un ser humano? haya perdido a sus papás. Así nos lo quedamos porque hace juego con los muebles.
Como
decía en el blog de Alex, "se percibe al indigente como artículo de consumo."
El hecho es que la caridad entierra el "problema de fondo", nos hace olvidarlo, y solo nos queda en la retina "la magnificencia" de nuestra generosidad, aumentada por la TV y la prensa, que dentro de una semana habrá enterrado el tema bien hondo en las notas a pie de página.
"You Buy your redemption" dice
Zizek en su conferencia. En cambio yo prefiero hacer política, pensar, gritar, no enviar nada, y sentirme miserable por no hacerlo. Porque no quiero que pasemos por alto "el problema de fondo". Porque no quiero comprar nada, porque no me corresponde a mi como ciudadano, "dar las vueltas", sino a mi como agente político, exigir a nuestra sociedad que, de manera colectiva, salde su deuda con la historia. Y no con limosnas.